"Para Luisina, mezcla de princesa y hadita que va desparramando sonidos, música y colores por todo nuestro hogar"
Llegaste el 20 de enero del 2000 a las cinco de la tarde. Con una decisión absoluta, irrumpiendo en la sala de preparto y dejando a la obstetra con los guantes a medio poner. ¡Qué hermosa sensación de alivio, alegría, euforia! Eras muy chiquitita. Nuestra segunda bebé.
Tomaste la teta enseguida y nos fuimos juntas a la habitación.
Ahí comenzó una carrera desesperante para mi. Sentí que "algo" no andaba bien. Le pregunté a tu papá, a tu abuela a la enfermera, al pediatra, si no te veían algo raro. Nada. "será el calor", "está cansada del parto", "todos los bebitos revolean un poquito los ojos". Y la pregunta fatal de la enfermera ¿sos primeriza? que equivale a "¿sos estúpida o exagerada con una dosis de inexperiencia como para ver fantasmas donde no los hay?". Te miré una y otra vez, no sé explicarte claramente lo que yo veía, no sé si se notaba objetivamente o no. Pasaron algunas horas. De madrugada te faltó un poco el aire, me asusté, te llevaron a la nurse y te aspiraron un poco: "no es nada, mucosidades normales después del parto". Horas interminables de sentir que algo te iba a pasar y nadie me escuchaba. Mucha angustia. Impotencia.
Ocho de la mañana. Sin probar una gota de leche desde las cuatro: una espumita blanca salía por tu boca, el color de tu cara era extraño, los ojos hacia atrás. La enfermera con las reacciones anestesiadas. Te envolví en una manta y corrí por el pasillo hasta la terapia intensiva neonatal, parecía no llegar nunca. Una vez ahí te saqué la ropa y exigí: "no me la devuelven hasta que no vean que le pasa" y me fui con tu ropa para no dejarlos reaccionar, fue lo que me salió.
Ocho de la mañana. Sin probar una gota de leche desde las cuatro: una espumita blanca salía por tu boca, el color de tu cara era extraño, los ojos hacia atrás. La enfermera con las reacciones anestesiadas. Te envolví en una manta y corrí por el pasillo hasta la terapia intensiva neonatal, parecía no llegar nunca. Una vez ahí te saqué la ropa y exigí: "no me la devuelven hasta que no vean que le pasa" y me fui con tu ropa para no dejarlos reaccionar, fue lo que me salió.
Cuando volví, ya no me dejaron entrar. Un médico salía, el otro entraba, corridas, movimientos y un devastador "ya le vamos a explicar". Al ratito vinieron tres médicos a decirme que habías convulsionado por cuatro minutos. Un dolor agudo en el pecho y en la boca del estómago. Una angustia de esas que desesperan y disparan sensaciones horribles de miedo y de dolor.
Quedaste muy cansada después de semejante episodio, te fui a ver a la incubadora y estabas blandita, sin moverte, llena de cables y monitoreos. Pasaron unas horas más hasta que reaccionaste, de a poco a mis palabras y a las de papá. Te cantaba, te tocaba, te pedía por favor que fueras fuerte. Quería mitigar la soledad y el frió interno que sabía que estar en esa cajita transparente te hacía sentir.
Análisis, ecografías, resonancia. Nada. "Hay que esperar". De a ratos estabas mas despierta, alerta, tomabas la teta entre las maniobras torpes que yo hacía con mis manos por los cables que se cruzaban por todo tu cuerpito. Pero la segunda noche de terapia intensiva pasaron cosas. No quisiste comer más. Ni las palabras, ni las canciones, ni hacerte upa ayudaba. "La vamos a tener que volver a canalizar". No sé cuanto tiempo estuve pegada a la incubadora. Sentía que volver a canalizarte era un paso atrás, sentí terror de perderte. Mi cuerpo cansado después del parto y tantas horas de maratón emocional y física dijo basta, me caía. Fui a la habitación con tu papá. Me acosté y lloré. Mucho. Mucho, con todos los llantos que se puede llorar. Y te pedí una señal, algo que me dijera que estabas bien. Te pedí fuerza, te pedí por favor. Sonó el teléfono. Era la pediatra de guardia: "vení corriendo que Luisina llora desesperadamente, tiene hambre, despertó". Corrí como loca por el mismo pasillo que te había llevado a la neo hacía dos días.
Llorabas a gritos, con una fuerza tormentosa, explosiva. Tomaste la teta con la misma decisión absoluta que irrumpiste en esta vida el 20 de enero a las cinco de la tarde.
No sé que pasó esa noche. Siento que de alguna manera que no es clara para mí, me escuchaste y saliste de ese sopor indescifrable en el que estabas.
Nunca supimos que fue. No volviste a convulsionar nunca mas. A los dos días salimos del hospital y seguimos con nuestras vidas. Eso si, ya no éramos los mismos.
Desde chiquita Luisina escuchó este relato. Al escucharlo cerca de los dos años, le brotaban lágrimas de sus ojitos y me decía: pero ya estoy bien, vos me cuidaste. Ahora, con ocho años, lo cuenta como una anécdota sin ninguna carga de angustia. Más adelante veremos como fluye en su vida. Creo que escuchar la verdad, saber de este momento tan traumático de su vida, abrió un camino para que elabore todo sanamente.
Realmente nunca se encontró el motivo de las convulsiones. Y yo nunca encontré el motivo para que nadie me escuchara cuando quise prevenirlo. (para retomar mas adelante ¿no?)
5 comentarios:
Que unión tan imp. tenemos las mamás con nuestros hijos, tan dificl de creer que no nos escuchas cuando sentimos lo que a ellos les pasa. Me ocurrió una sensación parecida a la tuya cuando nació Mateo, a diferencia de que fue alivio. el dr queria derivar al bb a Cba. internarlo porque decia que respiraba mal, yo trataba de tranquilizar al padre y abuelos diciendo que el bb no tenia nada, que no se preocupen, algo muy adentro mío desde el primer momento me dijo que no pasaba nada, yo super tranquila cuando soy una persona que me preocupo por todo, mi familia me desconocia. Pero era asi... yo sentia por el bb que no le estaba pasando nada, y asi fue al rato empezo a respirar mejor y al cabo de un ratito me lo llevaron a la habitación, por fin lo pude tener en brazos y mejor que ahi no estuvo jamás.
Soy Fer (prima de kike) a partir de ahora voy a colaborar en lo que pueda en este blog. Es Hermoso Te felicito
Gracias Fer por tu visita. Te espero cuando quieras por acá (en casa también)
Besos para ustedes tres.
Vero
Me explica un amigo hace unos días que los indús hablan de un hilo de plata que conecta a la madre con el hijo. Que conforme crecen el hilo se adelgaza hasta que se desaparece. Pero que ese hilo permite a la madre saber lo que le pasa al hijo/a.
Tu historia me sacó las lagrimas
Me encanta la imágen de ese hilo de plata.
Gracias Nuria.
Veronica me puse a llorar como la que mas aqui mismo frente a la computadora...senti tu angustia.
Que bueno que Luisina sigue bien, que solo fue un susto.
P.D. comence a leer el post en el que ella bano a alejo y que es super buena hermana (madrecita) y termine brincandome a este otro post. Es que todos son fenomenales...me ando queriendo leer muchos de elloss.
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