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viernes, 20 de marzo de 2009

Vueltas 2..El reencuentro


Quienes leyeron el post Vueltas van a entender enseguida de que les hablo.

Después de mucho tiempo nos volvimos a encontrar las tres.
Ale esta de vuelta y ya instalada. ¡Y la tenemos a tan solo 10 minutos de auto!
Y volvimos a tomar mate tranquilas sin correr para que ella siga las visitas veloces antes de volver a España o a La Plata.
Y nos sentamos sin mirar el reloj, y hablamos, y nos reímos, y nos pasamos parte de gente de antes, y viajamos hasta ese antes y volvimos para vernos en este hoy que nos volvió a juntar.
Y la foto la sacó Josefina, aquella bebita que parecía caerse de la panza de Ale cuando estábamos terminando la facu. Y que hoy tiene 13 años. Y se mató de risa con nosotras y nos escuchaba atenta recordando y conociéndonos un poco mas a Vir y a mi.
La busqué en la escuela antes de ir a su casa y charlamos en el viaje y sentí que era un regalo poder hacer eso. Volver a estar en los momentos cotidianos de mi amiga y de sus hijos.
Cuando Vir y yo nos volvimos en el auto me vino aquella imagen de la despedida cuando Ale se fue a España, el nudo en la garganta y el lagrimón que se me escapaba. Ahora parece tan lejana.
Pensé también en Vir y yo, juntas todo este tiempo, extrañando de a ratos y generando un vínculo tan fuerte. Sosteniéndonos, y haciendo variadas estrategias terapéuticas para los momentos difíciles de cada una.
Acá estamos..La imagen lo dice todo..
Empezamos una nueva etapa de este camino que es nuestra amistad, y eso me hace muy feliz.

jueves, 12 de marzo de 2009

La otra cara




Con la vuelta al cole me fui reencontrando con muchas cosas.

Algunas me encantan:
El horario de entrada y de salida de los chicos de jardín se llena de escenas de diferentes colores.
Vemos mamás que van tranquilas charlando con los chicos, otras corriendo porque llegan tarde.

Algunos papás muy trajeados haciendo malabares con la merienda compartida del jardín para que no se les caiga ni les manche la ropa.

Chicos que llegan alegres a la sala, otros que lloran agarraditos de las piernas de su mamá hasta que se animan a quedarse.
Los que van en transporte llegan en una filita india hasta la escuela y cuando pasan la puerta de entrada se dispersan cada uno rapidito a su sala.

Y estan algunas cosas que no me gustan tanto: cuando los chicos son tironeados, apurados de mala manera o con gritos. O cuando les dicen palabras o frases desvalorizantes. Cuando se les marca que siempre son lentos para andar y entonces hacen que los papás lleguen tarde al trabajo. Cuando se los empuja.

Cuando se los compara con otros niños que son "mejores" o "más rápidos" o "más valientes" porque no lloran. Son pequeños momentos que van poniendo al niño en situaciones complicadas.
A todos nos ha pasado llegar algo tarde algún día, o apurar a los niños de alguna manera, el tema es tener cuidado con lo que se dice y la forma en que se hace.

No podemos hacerlo cargo a él si nosotros no nos levantamos mas temprano o tuvimos inconvenientes.
No me cuadra el empujarlo ni tironearlo si no se quiere bajar del auto. Tampoco gritarle ni reclamarle frente a su maestra y sus compañeros.

Muchas veces estas cuestiones cotidianas, forman parte de una violencia que nos rodea y se encuentra naturalizada. A mi me irrita. Ni hablar cuando a los chicos se les va tirando del pelo, de la oreja o se les pega...y ocurre mas seguido de lo que uno esperaría.

El niño se siente humillado, expuesto, violentado. Se va generando mucha inseguridad. El vínculo que debe ser el mas seguro de su vida, en realidad lo expone y lo deja inseguro frente al mundo.

Cuando se exteriorizan estas cosas de manera recurrente, es porque detrás hay mas, una forma de vincularse violenta y que merece ser revisada, para todos: para el niño y para la familia entera. Para encontrar maneras mas sanas de relacionarse, de compartir y de crecer.
Con algo de paciencia y creatividad hay muchas maneras de estimularlos esas veces que el reloj nos persigue: proponerle una carrerita, mostrarle algun compañero que se acerca y con el cual podemos ir si nos apuramos. Contarle que sus amigos lo esperan en la sala y tienen ganas de verlo...cada uno sabrá y encontrará esa forma.
Lo que debe estar presente siempre es el respeto por el niño que nos mira, que espera que lo acompañemos y lo ayudemos en estos pequeños logros cotidianos.

Y repito a todos nos pasa que en ocasiones estamos apurados, o la paciencia no está al cien por cien, a todos nos pasa que levantamos la voz o apuramos a nuestros hijos impacientemente. No viene nada mal pedirle disculpas y explicarle que el problema no era con él, que no queríamos retrasarnos y que la mañana venía medio cruzada.

Y aunque todos tenemos esos momentos hay familias en que esa es la forma de comunicarse...Eso es lo que hay que cuidar.

jueves, 5 de marzo de 2009

Y la tristeza...pasó

Bueno, a pedido les cuento como le fue a Alejo en el arranque de clases.
El primer dia buscaba con sus ojitos curiosos a sus amigos, ¡apenas siete entre los 22 compañeros nuevos!
Nos sentamos juntos en el piso y nos quedamos un rato jugando y siguiendo a la seño Debi con sus actividades. Cuando terminó esa jornada cortita de adaptación, salió corriendo de esa sala hacia la de la seño Andrea a buscarla, y se le iluminaron los ojitos, la abrazó y le mostró todas las pruebas que aprendió en el verano con sus hermanos, la invitó al trepador y ella lo acompañó y aplaudió sus destrezas, ¡una divina total!.
Ya el segundo día se fue apropiando de su sala nueva, estuvimos mas tiempo, se fue con todos a merendar, escuchó atentamente los cuentos divertidos de la Seño nueva y también se fue conectando con ella. Descubrió que también es muy divertida, que hace caras graciosas y que inventa historias interesantísimas que el disfruta.
Se rió con las canciones que ella les cantó y hasta improvisó un bailecito.
El reencuentro con su profe de gimnasia y la seño de música, terminaron de cerrarle el asunto: ya estaba en su lugar de nuevo. Con cambios, con gente nueva, con sala nueva, pero en su lugar.
Cuando se despidió ese segundo dia de jardin y le dijo contento "chau Seño Debi" a la maestra sentí que su tristeza ya no existía, que su adaptación al cambio estaba superada. Rápido, muy rápido. Más de lo que uno a veces cree que ellos pueden hacerlo.
Sin tantas vueltas. Con seguridad, con alegría. Así es Alejo.
Así me gusta que sea. Me encanta repetir esos ciclos que pasaron hace mucho con los mas grandes, y hacerlo en la misma escuela, con la seguridad y confianza que siento como mamá en ese espacio. Supongo que será eso lo que lo deja tranquilo a él.
En fin, fue lindo volver. A mi me gustó acompañarlo....Puedo decir: "el año ha arrancado"..

(Estoy sin compu, por eso no tengo fotos para poner, estoy en un ciber y es un lío, se las debo)

jueves, 26 de febrero de 2009

"Estoy triste"


Alejo dice que esta triste.

Sabe que la salita de 3 a la que fue el año pasado fue dividida y no se encontrará con algunos de sus compañeritos.

Hoy lo volvimos a hablar porque el lunes comienzan las clases. "Mamá te equivocaste" me dijo con lágrimas en sus ojos y un pucherito que se le escapaba.

Le dije que no me equivoqué, que entraban muchos compañeritos nuevos y que sería divertido conocerlos y aprender juntos. Le nombré uno por uno a sus compañeros viejos que se quedarían junto con él y sonreía cuando los nombraba.

Pero lo que mas le molestó fue saber que en la nueva sala hay otro Alejo. Caminó hacia el sillón con su cabecita gacha y se acostó boca abajo.

Al ratito me dice: "Mami, mejor tengo 3 años y me voy a mi salita con la Seño Andrea". Le expliqué (Con un pequeño nudo en la garganta de verlo así) que si hacía eso no iba a encontrar a ningún amiguito y que serían todos muy chiquitos, y que él necesita compartir con chicos mas grandes porque creció. Además le aclaré que cada Alejo sería especial y que los querrían a los dos. Y que como el ya conoce la escuela les puede mostrar los juegos, la granja y el patio a los amigos nuevos.

Se quedó pensando y le propuse armar juntos la mochi, buscar sus cosas, elegir si quería conservar las cosas que usaba antes o comprar nuevas, eligió todo lo que llevaba el año pasado, se colgó su mochi y puso cara de contento...


Desplegó muchas cosas, miedos, pequeños duelos, necesidad de sentirse único y especial, deseo de conservar situaciones conocidas y seguras para él, ansiedad frente a la nueva seño, la salita y los compañeros. Alegría por sus amigos.
Y se agarró fuerte de todas sus cosas de la mochi para llevarlas con él y sentirse seguro. Allá iremos el lunes, de la mano para acompañarlo y verlo crecer, encontrarse con las cosas nuevas, con las de antes, con las que se transformaron. ... Me conmovió escucharlo conectado con las emociones y que pudiera contarlas..


lunes, 19 de enero de 2009

9 años...

Mañana, 20 de Enero, cumple 9 años Luisina.



















Ya conté en este blog como fue su llegada, el susto que tuvimos a las horas de nacida y las sensaciones raras que me trajo ese episodio.



Cumple 9 años.

Es la mujercita de la casa.

Atenta a todas las necesidades de su hermano menor. Siempre mirando a los que la rodeamos, preguntando si necesitamos de su ayuda.

Con ella comparto esas cosas netamente femeninas: mirar vidrieras por mirar, comentando sobre los colores, el precio y esas cosas.

Luisina es curiosa, ama pintar, cantar, bailar, experimentar con la tierra, los colores, las texturas.

Prueba todo lo que puede, va eligiendo caminos. Es tierna, generosa y divertida.

Luisina no da muchas vueltas; si algo no le gusta o la molesta se le nota y no siente compromiso ni verguenza frente a eso. Es clara y precisa.

Cocinamos juntas.

Miramos programas de "nenas" y nos divertimos mucho.


La hija mujer a las mamás nos lleva a muchos lugares conocidos, de mucha identificación.
Abre puertas bruscamente en nuestra infancia guardada. Nos reflejamos fácilmente en sus despliegues.
La hija se transforma en portadora de deseos, sueños, ideales que podemos desplazar sobre ella sin darnos cuenta. Una hija nos invita a una reparación de ciertas cuestiones de manera diferente a la que vivimos con el hijo varón.
Es hermoso tener a Luisina. Hacer salidas de "chicas", tener nuestros códigos de comunicación.

Per eso en este cumple que ya tenemos cerquita quiero celebrar esas cosas. Ya la historia de sus primeras horas tan traumáticas es eso: una historia.





Feliz cumple Lu... Te amo mucho..

Mamá..

sábado, 22 de noviembre de 2008

Dos niños.


Cuando tenía 16 años me inscribí como voluntaria en el cottolengo Don Orione.

Estuve allí 4 años. Iba lo sábados o los domingos, según las actividades que me tocaran.

Fue una experiencia muy especial. Me conecté con historias dificiles, una realidad paralela al mundo que transitaba "afuera" de la institución.


Vi, escuché y vivencié innumerables cosas. Horribles algunas y geniales otras. Pero de todas aprendí, todas me tocaron y marcaron un camino especial en el momento de elegir mi profesión.

Hoy recordaba esos tiempos, ese lugar, los otros voluntarios, y vino un recuerdo a mi memoria.

Una tarde presencié el momento en que una familia fue a llevar a su hijita de aproximadamente 6 años para dejarla internada. Un auto caro, padres y hermano (de unos 10 años) muy bien vestidos. Bajaron del auto a la nena que no caminaba, usaba pañales y tenía la mirada absolutamente perdida. Era de pelo rubio casi blanco, ojos azules, piel blanquísima.

La pusieron en una silla y la mamá relataba de manera bastante fría para mi registro como la hacían dormir en un colchón en el piso porque si no tenía que estar pendiente si se caía de la cama. Se me pierden detalles de lo que hablaban los padres, yo miraba a la nena sentadita inmóvil en la silla y noté como el hermano la miraba, se fue acercando y puso una mano sobre ella. El nene empezó a llorar, intentaba controlar sus lágrimas pero solo lograba un puchero a punto de estallar en su boca. Los padres terminaron de decir lo que fuera que estaban diciendo a la monja del pabellón y llamaron al hijo para que se fuera con ellos en el auto. No se despidieron de la nena, solo se acercó el papá a tomar en brazos al hermano que comenzó a gritar y a llorar de manera furiosa porque no quería dejar a su hermanita. Lo arrastraron hasta el auto y se fueron.

Recuerdo que los fines de semana que siguieron nadie la visitó. Y que nos fuimos turnando entre los voluntarios de la semana y los de los fines de semana para hacerla tener contacto con el mundo. La hacíamos caminar entre dos, la sosteníamos, le cantábamos, le dábamos de comer. Ella comenzó a hacer contacto con nosotros, a sostener la mirada en los rostros y en los ojos de los demás. Se reía, y podía hacernos saber sus necesidades.

No sé cuanto tiempo pasó hasta que la visitaron. Solo recuerdo que con la única persona que se conectó durante la visita fue con su hermano. A él le sonrió, le buscó la mirada y solo hacia él mostró a su modo alguna emoción, sensación o lo que haya sido que ella estaba sintiendo....


Yo era muy chica. Hoy a lo mejor se me ocurre encontrar causas, explicaciones posibles a la actitud de esos padres con su hija enferma. Pero sigo igual de admirada de la relación que ese niño de 10 años había generado y establecido con ella, con su hermana. Puro contacto, pura emoción, sin los condimentos que una niña enferma pudo haber desplegado en los adultos que la recibieron en este mundo...

lunes, 4 de agosto de 2008

Mañanas con Alejo


Todas las mañanas un dedo de mi mano derecha se convierte en Flori.

Bueno, su nombre completo en realidad es Florinda, pero se nos hace un poco largo.
Flori es una hormiguita, muy chiquita. De lunes a viernes es la encargada de despertar a Alejo para ir a la escuela. Alejo va a salita de tres, pero como es en la misma escuela que van sus hermanos no tenemos permitido decir que va al jardín. El va a la escuela, como el resto de los niños de la casa.

Volviendo a Flori, ella hace unas cosquillas increíbles, tiene una voz chillona. Se pelea conmigo porque yo le digo que no sea pesada y que deje a Alejo dormir un poco más.

Ella me contesta sacando la lengua, haciendo muecas muy sonoras o con algunas burlas. Entonces se escucha la risita medio dormida de Alejo que no puede contenerse. El también pelea un poco con Flori y cuando el ataque de cosquillas ya logró cansarlo de tanta risa me dice, "¿Mami. Le decís a Flori?", "¿Qué le digo?" le pregunto. "Que no me haga mas cosquillas".

Cuando la fiaca matutina los deja, Flori y Ale hacen una carrerita hasta el baño para hacer pis, entenderán que por razones obvias siempre gana el niñito en cuestión, sintiéndose veloz y poderoso. Y así Flori le va poniendo nuevos desafíos a Alejo, quién se pone el pintor mas rápido, quién encuentra las zapatillas. Cuando toman la leche juegan a encontrarle sabores raros: Ale dice que tiene gusto a mostaza y Flori dice que tiene gusto a ravioles. Y por último, la carrerita hasta el auto.
Y así nos vamos a la escuela. Jugando.

Parece que tomara mucho tiempo, pero es solo un ratito. Salimos de buen humor y llegamos a tiempo, él a encontrarse con sus amigos de la sala de los periquitos y yo a trabajar en mi consultorio.
Me encantan las mañanas con Alejo y Flori. Las disfruto. Son un momento de encuentro diferente. Un recurso que fuimos creando juntos para que arrancar el día no sea tan complicado.

jueves, 24 de julio de 2008

Los hijos en el cuerpo


Se sienten.

Más allá del embarazo. Más allá del parto.
Escurriendo a través de nuestros poros, sensaciones de las mas diversas, amplias e intensas.
La necesidad física de los hijos existe.
Ese olorcito que viene a nosotras luego de unas horas de estar lejos de ellos.
El deseo de escuchar sus sonidos vibrando por toda la casa. Esos mismos que en ocasiones nos aturden, pero que si faltan nos desorientan, dejan vacíos.
El impulso incontenible de besarlos. El abrazo que se despierta con su presencia.
Los hijos en el cuerpo marcan, regalan, transitan, generan.

Están. Porque son parte. Parte de un universo transformado desde que nacen.
Parte de nuestra vida que casi ni se acuerda de los tiempos en que ellos no estaban dependiendo de nosotros y esperando.

Son muchas las dimensiones de nuestro cuerpo habitadas por los hijos. Cuando sus carcajadas encienden las nuestras. Cuando los vemos haciendo algo que les da placer. Cuando descubrimos su crecimiento en el día a día. Cuando nos enojan.

Cuando sabemos que están bien, una sensación de calma nos habita. Cuando sabemos que están.
Siento que nuestro cuerpo nos dice también cuando no estamos tan disponibles para ellos. Cuando queremos hacer otras cosas. Cuando nos sentimos más irritables porque nos demandan sin límites y nuestra mirada quiere por un rato estar en otro lado. También lo sentimos en el cuerpo, como un límite que se transita y se puede pasar.
Pero el rumbo se sostiene por ese calmo bienestar de ellos. Sabiendo que están bien, aunque no estén cerca.
Hay otras sensaciones que duelen. Lastiman, quiebran todo nuestro cuerpo.
Si están sufriendo. Si están enfermos. Percibo esos momentos, como nudos fuertes en el centro corporal. En el vientre, en el pecho.

Si los creemos en peligro. Nos ahogamos, se caen nuestras piernas, tiembla nuestra piel. Se calla nuestra voz.

Los hijos en el cuerpo se sienten. Y sus ausencias también.
Hay ausencias inocentes y transitorias, salidas, campamentos, cumpleaños, vacaciones.

Y hay de las otras ausencias. Las de mamás que buscan a sus hijos, las que pelean por su tenencia, las que no los ven hace mucho. Las que no pueden quedar embarazadas.

En este camino de acompañar en la crianza, en ocasiones encontré mamás con ausencias. Ausencias largas, dolorosas, de las que arden. Y el cuerpo se los dice, se los recuerda y se los grita.
Pienso mucho en ellas. En sus hijos. En el ardor, en el vacío.
Pienso en el recurso que cada una encontró para seguir.
También de ellas hay que hablar. ¿No?

martes, 8 de julio de 2008

Películas




Me ronda en la cabeza una tarde. Una de sol en mi casa de Ituzaingó en la provincia de Buenos Aires.
Me caracterizan los aires nostálgicos, recordar épocas pasadas al modo cinematográfico, casi en cámara lenta y con sonidos lejanos. Y es así como esa tarde se me aparece. Me transporta por unos instantes a las vacaciones de verano, mucho calor y nosotros sentados en el piso de la galería. Nosotros éramos mi amiga Marisa, su hermano Gustavo y yo. El aburrimiento tedioso de las vacaciones, 30 grados inmovilizantes a las tres de la tarde debajo del techo caliente. Sin embargo no claudicábamos en nuestros esfuerzos sobrehumanos para decidir a que podíamos jugar. Con ellos recorríamos el barrio buscando aventuras y Marisa y yo esquivábamos a Gustavo cuando su instinto de molestarnos lo superaba.
Y detrás de esa escena, comienzan a filtrarse otras en esa casa, con un jardín enorme, la calle de tierra, la zanja atravesando toda la cuadra y oficiando de hogar de miles de renacuajos que jugábamos a pescar. Y como pasa con todo recuerdo, la asociación se dispara y veo la figura de mi mamá recorriendo, en el jardín, un largo camino hasta el portón de calle para recibir a su amiga Susana que llegaba siempre con una puteada en la boca o frases al estilo de: "¿cómo andan mis yeguitas?" (las yeguitas éramos mi hermana y yo). Y pensar en ella me lleva directo a sus hijos Darío y Sergio, fieles amigos de aventuras en bicicleta, trepadas extremas a los árboles de toda la calle Ombú, guerritas de ciruelas maduras, escapes fugaces de las clases de inglés, improvisación de obras de teatro, patines, fútbol, pileta volley.....
Casi podría decir que, mientras los recuerdos me asaltan y las palabras se escriben, las imágenes ya son en blanco y negro. Y entonces veo a mi papá llegar a casa en un Renault 12 blanco siempre con alguna sorpresita en el bolsillo y dispuesto a sacarse el traje para jugar en el pasto, el día que lo persiguieron las avispas porque cortó un panal del ligustro, caminatas hasta la estación. Viene otra vez mi mamá a mi mente, mientras esperaba conmigo en la esquina que pasara el micro naranja que me llevaba a la escuela. Elena, la mamá de Marisa que me miraba desde su casa a ver si llegaba bien a la mía.....Y podría seguir horas enlazando momentos, vivencias, imágenes .....
En septiembre del año pasado viajé a Buenos Aires, Marisa me esperaba, mi gran amiga que a través de los años y en contra de la distancia sigue estando y caminamos juntas desde muchos lugares. Susana murió hace mucho, poco después que nosotros vinimos a vivir a Córdoba. Encontré un abrazo cariñoso de Elena como siempre.
Caminé hasta "mi" casa. Parece que el jardín no era tan grande, el camino hacia el portón no era tan largo. La calle es de asfalto, sin zanjas y sin renacuajos. Y algo más: los micros naranjas ya no existen.
Me quedé unos segundos mirando, y la niña que me habita me pidió volver a mirar el guión original de esta película.
Mi mamá y mi papá me siguen acompañando, las sorpresitas ahora son para mis hijos y eso me encanta. Ellos están siendo los directores de su propia película. Con ese guión inigualable que una infancia con sensaciones lindas asegura.
Los recuerdos de la infancia son tesoros enormes para todo ser humano. Los registros desde los ojos de los niños, los tamaños de las cosas y los otros. Las sensaciones. Todo cuenta a la hora de saber quienes somos a través de nuestra historia. Regalemos a nuestros hijos todos los escenarios posibles para que su película les salga hermosa y les ayude a reconocerse cada vez que la miren. ¿Qué les parece?

lunes, 7 de julio de 2008

Mamá que da besos

"Mamá, no me des beso cuando me venís a buscar a la escuela" - me dijo Ezequiel un día en que lo busqué mientras cursaba su primer grado -.
"¿Por qué?" -le pregunté-.

"porque van a pensar que sos una mamá que da besos" -me contestó-.

Pobre Eze. No le hice mucho caso, y el ya se acostumbró. En realidad a mi me encanta ser una mamá que da besos, y mientras pueda seguir haciendolo, que me paren si pueden. jajaja
Esa rutina que aveces me cansa, como a muchas, de ir y venir buscando y trayendo a los chicos, a la vez me da ese placer del contacto con ellos.
Ellos saben que los espero y, aunque ese día Eze tuvo un ataque repentino de verguenza, a mi me encanta ser yo quien lo haga. Es un momento quizás muy corto y automático, pero que a mi me sirve para compartir con ellos. Y me encanta darles besos...

sábado, 5 de julio de 2008

La Abu Gladys

Cuando era chica había algo que disfrutaba más que nada en este mundo: ir a Uruguay a visitar a mi abuela o que ella cruzara el charco para visitarnos a nosotros.

Gran contadora de historias, de terror, princesas, piratas, países lejanos, historias. Introducía con sus palabras un montón de imágenes, sensaciones y curiosidades que nadie podía igualar.
No había antojo que yo sintiera que mi abuela no fuera capaz de escuchar y cumplir casi de inmediato. Con ella descubrí la magia desbordante de mirar las estrellas en el silencio del barrio de Malvin donde vivía.

Nos sentábamos solas en el jardín en las noches calientes del verano a mirar el cielo, hablando bajito como si el sonido de nuestras voces fuera capaz de desarmar con su vibrar las constelaciones que íbamos descubriendo.

No dudaba en desordenar su cama en un divertido intercambio de cosquillas y carcajadas.
Tenía el exacto sentido de la oportunidad como para preparar unas tortafritas calientes en medio de las tormentas de verano y una buena taza de leche con miel durante las de invierno.
Mi abuela me hizo amar el mar, aprender sus secretos, disfrutar sus sonidos.
Mi abuela me regaló sabores, el dulce de tomate, el pan casero, las tortas de chocolate....
Agradezco a la vida, que ella haya sido eso y mucho más. Agradezco su estar, su contar, su mirar.

Hoy es una bisabuela orgullosa y enamorada de mis hijos. Con sus 82 años y una salud que atenta contra sus impulsos audaces, termina convenciendo al más obsesivo de los médicos y consigue tozudamente el permiso para visitarnos.

Si no lo hiciera, no sería realmente ella.
Gracias Abu.


Todo niño que cuente con unos buenos abuelos cariñosos y dispuestos, ¡que lo disfrute! que es un tesoro para toda la vida.

Luisina. Mi hija






"Para Luisina, mezcla de princesa y hadita que va desparramando sonidos, música y colores por todo nuestro hogar"
Llegaste el 20 de enero del 2000 a las cinco de la tarde. Con una decisión absoluta, irrumpiendo en la sala de preparto y dejando a la obstetra con los guantes a medio poner. ¡Qué hermosa sensación de alivio, alegría, euforia! Eras muy chiquitita. Nuestra segunda bebé.
Tomaste la teta enseguida y nos fuimos juntas a la habitación.
Ahí comenzó una carrera desesperante para mi. Sentí que "algo" no andaba bien. Le pregunté a tu papá, a tu abuela a la enfermera, al pediatra, si no te veían algo raro. Nada. "será el calor", "está cansada del parto", "todos los bebitos revolean un poquito los ojos". Y la pregunta fatal de la enfermera ¿sos primeriza? que equivale a "¿sos estúpida o exagerada con una dosis de inexperiencia como para ver fantasmas donde no los hay?". Te miré una y otra vez, no sé explicarte claramente lo que yo veía, no sé si se notaba objetivamente o no. Pasaron algunas horas. De madrugada te faltó un poco el aire, me asusté, te llevaron a la nurse y te aspiraron un poco: "no es nada, mucosidades normales después del parto". Horas interminables de sentir que algo te iba a pasar y nadie me escuchaba. Mucha angustia. Impotencia.
Ocho de la mañana. Sin probar una gota de leche desde las cuatro: una espumita blanca salía por tu boca, el color de tu cara era extraño, los ojos hacia atrás. La enfermera con las reacciones anestesiadas. Te envolví en una manta y corrí por el pasillo hasta la terapia intensiva neonatal, parecía no llegar nunca. Una vez ahí te saqué la ropa y exigí: "no me la devuelven hasta que no vean que le pasa" y me fui con tu ropa para no dejarlos reaccionar, fue lo que me salió.
Cuando volví, ya no me dejaron entrar. Un médico salía, el otro entraba, corridas, movimientos y un devastador "ya le vamos a explicar". Al ratito vinieron tres médicos a decirme que habías convulsionado por cuatro minutos. Un dolor agudo en el pecho y en la boca del estómago. Una angustia de esas que desesperan y disparan sensaciones horribles de miedo y de dolor.

Quedaste muy cansada después de semejante episodio, te fui a ver a la incubadora y estabas blandita, sin moverte, llena de cables y monitoreos. Pasaron unas horas más hasta que reaccionaste, de a poco a mis palabras y a las de papá. Te cantaba, te tocaba, te pedía por favor que fueras fuerte. Quería mitigar la soledad y el frió interno que sabía que estar en esa cajita transparente te hacía sentir.
Análisis, ecografías, resonancia. Nada. "Hay que esperar". De a ratos estabas mas despierta, alerta, tomabas la teta entre las maniobras torpes que yo hacía con mis manos por los cables que se cruzaban por todo tu cuerpito. Pero la segunda noche de terapia intensiva pasaron cosas. No quisiste comer más. Ni las palabras, ni las canciones, ni hacerte upa ayudaba. "La vamos a tener que volver a canalizar". No sé cuanto tiempo estuve pegada a la incubadora. Sentía que volver a canalizarte era un paso atrás, sentí terror de perderte. Mi cuerpo cansado después del parto y tantas horas de maratón emocional y física dijo basta, me caía. Fui a la habitación con tu papá. Me acosté y lloré. Mucho. Mucho, con todos los llantos que se puede llorar. Y te pedí una señal, algo que me dijera que estabas bien. Te pedí fuerza, te pedí por favor. Sonó el teléfono. Era la pediatra de guardia: "vení corriendo que Luisina llora desesperadamente, tiene hambre, despertó". Corrí como loca por el mismo pasillo que te había llevado a la neo hacía dos días.
Llorabas a gritos, con una fuerza tormentosa, explosiva. Tomaste la teta con la misma decisión absoluta que irrumpiste en esta vida el 20 de enero a las cinco de la tarde.
No sé que pasó esa noche. Siento que de alguna manera que no es clara para mí, me escuchaste y saliste de ese sopor indescifrable en el que estabas.

Nunca supimos que fue. No volviste a convulsionar nunca mas. A los dos días salimos del hospital y seguimos con nuestras vidas. Eso si, ya no éramos los mismos.

Desde chiquita Luisina escuchó este relato. Al escucharlo cerca de los dos años, le brotaban lágrimas de sus ojitos y me decía: pero ya estoy bien, vos me cuidaste. Ahora, con ocho años, lo cuenta como una anécdota sin ninguna carga de angustia. Más adelante veremos como fluye en su vida. Creo que escuchar la verdad, saber de este momento tan traumático de su vida, abrió un camino para que elabore todo sanamente.
Realmente nunca se encontró el motivo de las convulsiones. Y yo nunca encontré el motivo para que nadie me escuchara cuando quise prevenirlo. (para retomar mas adelante ¿no?)

martes, 1 de julio de 2008

Días complicados


Alejo, mi bombón de tres años. (si le digo bombón de frente me recuerda que su nombre es Alejo)
Se llevó de arriba un dia complicado para mi.
El lunes de esta semana tenía un color que me gustaba, todos faltaron a la escuela, desayunamos juntos y pude regalarles el entusiasmo acumulado de por fin publicar el blog, poder escribir, expresar, conectarme con esto que me gusta hacer. Pero la mañana se fue complicando, noticias, sorpresas, cosas de la rutina cotidiana del hogar, pero que hay momentos poco oportunos. De la casa nos tenemos que mudar, internet se cortó por un rato y no podía escribir, la alarma del auto que había quedado rota y pendiente de arreglo, y al cambiarme el color de la mañana a mi, se le cambió a los tres niños de la casa.
Hoy, alguna resaca de las cosas de ayer: buscar casa, llamar, ver clasificados, quedó pendiente lo del auto, corridas, mal humor, mucho cansancio, llevar a los chicos a fútbol, hokey, comprar para cocinar, ir al consultorio a trabajar, tocar el timbre en casa y que nadie me abriera porque cada uno en su juego y pensando que el otro iba a abrir.
Alejo anoche durmió mal, como yo y hoy no se puede dormir, también como yo.
Estuve poco en casa y a las corridas, sin dedicarle un ratito exclusivamente para él. Después de cenar me buscaba, jugando a los Power Rangers, y como vió que le pude responder, se sentó al lado mío en el piso y repetía mi nombre. Se habrá alegrado de encontrarme finalmente. Le pedí perdón por estos días, le expliqué. Sé que me entiende. Le dije que mañana me quedo a la tarde con él. Ahora duerme tranquilo.
Días como estos tenemos todos, las madres, los padres y los chicos. Culpa. Angustia. Desconcierto. Desencuentros.
Aprendí en estos años que pedir perdón a mis hijos no era tan malo como algunos creen. Explicarles lo que nos pasó, esclarecer porque no estuvimos con ellos como otros días, les ayuda a no sentir que son ellos la causa de nuestro malestar.
Siento que es una forma de respetarlos y enseñarles a pedir perdón si ellos sienten que se equivocaron, como que los habilitamos para hacerlo. Ni hablar de lo bueno de mostrarnos frente a ellos como fallados, viene muy bien, porque no somos dioses omnipotentes, aunque por momentos ellos crean que todo lo podemos.
¿Alguien tuvo uno de estos días?
Seguro. Dulces sueños para todos.

lunes, 30 de junio de 2008

Casita de cuentos


Ella se cansa.
Ella trabaja. Mucho. Pero trabaja en lo que le gusta, lo disfruta.
Ella soñó alguna vez con la casita de cuentos donde sería una mamá amorosa, con un papá amoroso y un hijo...también amoroso. O más de un hijo.
Ella es una mamá amorosa. Su hijo también es amoroso.
Ella entendió, con esfuerzo, que el papá amoroso no pudo ser. Al menos en la casita.
Lloró. Mucho.
Ella transitó un largo camino, se sintió sola, lo culpó, se culpó, intentó muchos y variados llamados de atención, algunos coloridos y otros no tanto. Se resistía a abandonar su sueño.
Fue su hijo, aún bebé quien la fue sacando de ese lugar. Y ella se dejó sacar. A ver, como explicarlo, encontró frente a ella un bebé real, pidiendo lo que todo bebé pide. Y una pareja pidiendo también lo que todo bebé pide. Y la elección no le costó. O si, pero eligió.

Ella practicó una especie de zambullida desesperada en sus recursos para sostener, calmar, abrigar y complacer a su hijo. Nadie la sostenía. Pero ella pudo. Con esfuerzo.
Por amor. A su hijo y a la parte del sueño que podía rescatar.
Ella se fue. Con el bebé. La pasan bien. Se quieren. Se ríen. Cantan. Se enojan.
El papá, es un papá amoroso con su hijo. Sin la casita.
Lo que mas admiran en ella, es que ya no lo culpa.
Ella entiende que juntos no les salía. El todavía la culpa a ella. Sigue sin ver.
Ella aveces se siente sola, y vuelve a soñar con la casita de cuentos deseando que la zambullida haya dejado gotitas que la guíen por otro camino sin repetirse.

Ella va a poder. Está intentando.
Todos tenemos nuestra casita de cuentos. Cada uno le pone sus condimentos a esta fantasía, pero soñamos, deseamos y anhelamos. En ocasiones, el sueño no se realiza y se transforma. He acompañado a algunas mujeres que siento reflejadas en Ella. En cada una yo admiré la zambullida en los recursos mas primarios escondidos y el rescate que eso les produjo.
Me han hecho pensar en los caminos diferentes que la maternidad y paternidad le impone a nuestras vidas. Cómo en ocasiones puede enfrentarnos con rupturas, porque nos muestra ese lugar de quiebres con el otro y con lo que creímos tener.
No siempre un hijo une. No cuando el proyecto común está ausente, cuando las miradas no se comparten o cuando vimos en el otro lo que queríamos y no lo que había. Todavía escucho en algunas consultas esa frase "pensamos que un hijo nos iba a unir", en vez de estar unidos para tener un hijo. En muchas consultas. Siempre me deja pensando. ¡Cuanta tarea para ese hijo! ¿no?

domingo, 29 de junio de 2008

Mi amiga Vero


Desde el día que se fue, me cuesta escribirla.

Se mezclan una especie de tristeza con la incertidumbre de saber si tengo el derecho de hacerlo.Mañana se cumplirán once meses. La extraño. Me duele su forma de partir.

Finalmente son la tristeza, el dolor y la incertidumbre, los que me abren el paso para dejar salir las palabras, atragantadas en este tiempo.
Que misterioso el destino, ¿el destino?. No sé, quizás se trate de la forma en que uno decodifica los hechos que lo rodean, enlazando momentos, imágenes, vivencias y le pone un hermoso moño que llamamos destino. Y cerramos.

En este caso, el "destino" nos reunió en una cruzada de momentos cotidianos casi desbordantes para muchas madres. Nos elegimos de algún modo. En el patio de la escuela de los chicos que cursaban juntos tercer grado. Su nombre también era Verónica.
No fuimos grandes amigas, fuimos parte de esa red increíble de sostenes femeninos que en la jerga de las madres se llama pull, traducido al resto del mundo: una lleva la otra trae, si una no llega a tiempo a la salida de la escuela la otra retira sus chicos y los tiene hasta que sea necesario, hoy comen todos en casa y mañana te los llevas a la tuya, dejá que yo voy a la librería y compro para los dos....se entiende ¿no?.

No fuimos grandes amigas, pero entre un pull y otro nos fuimos contando cosas, compartiendo experiencias, escuchandonos.
Ella me decía "que hacés Verito" y para mi era un sonido cómplice de todas esas "gambas" que nos hacíamos.
La última tarde que compartimos, Vero se sentó frente a mí con su panza de cinco meses y medio de embarazo, el mate, la yerba y aguita caliente. Tomé sus mates dulces aunque me gustan amargos, y casi no lo sentí. Hablamos mucho, mucho. ¡Al fin una charla sin los chicos que nos apuren o nos griten desde el auto en marcha!. Hablamos de nuestros hijos, de la bebita que venía en camino, pensábamos como organizarnos los primeros meses sin que ella se moviera mucho. Y de otras cosas, que quiero guardar para mí. Nos hizo bien. Nos despedimos con un abrazo y un beso y yo me fui a buscar a nuestras hijas que estaban practicando hokey.
¡Qué ganas de que el resto no hubiera pasado! Ojalá fuera una pesadilla, una película o algo distinto a la realidad que es.

El lunes siguiente, el corazón de Vero dejó de latir. Así, de repente. Después de traer a casa a mis hijos Luisina y Ezequiel. Cuando el martes a la salida de la escuela otra mamá intentaba decirme lo que había pasado, yo se lo negaba, le repetía "estas equivocada, ella me llevó los chicos a casa" como una loca, no queriendo escuchar la verdad de sus palabras, tan duras, incomprensibles, dolorosas. Su beba se fue también.
No recuerdo como se lo dije a los chicos cuando salieron. Llamé a Kike que corrió a encontrarnos. Eze quería estar con su amigo. Y yo sólo pensaba en ella. Le preguntaba en mi cabeza ¿qué te pasó? ¿qué te pasó?.
Los meses que siguieron fueron raros.
Algunas mamás se ofrecían a llevar a los chicos en los horarios en que lo hacía ella y yo sentía enojo, me encaprichaba pensando "quiero que los lleve Vero".
Su hijo vino a casa mucho mas seguido que antes y juntos la fuimos trayendo con palabras, imágenes y recuerdos. Lloramos y nos reímos con anécdotas graciosas.

Mi tristeza se fue transformando, cambió de lugar, de intensidad. Pasó por lugares muy diversos. Me llegué a plantear muchas cosas que tienen que ver con el tiempo compartido con los chicos, el ritmo de vida que llevamos, las cosas importantes y las que no lo son tanto y que a veces nos demandan demasiado tiempo y energía.
Tengo que confesar que el sufrimiento de sus hijos es mi punto débil. Tan chiquitos, perdiendo a su mamá embarazada. Pensé en mis hijos, en nuestra familia....
Hoy, a casi un año, llevo muchas charlas conmigo misma y con ella a través del recuerdo de palabras que fuimos cruzando, entrelazando y escuchando. La voy entendiendo más cada día. Quiero tenerla conmigo desde ahí, desde los encuentros, lo compartido, lo que nos unió.

No sé si está bien o mal. Es lo que puedo. Por ahora.

viernes, 30 de mayo de 2008

Descubriendo


Caminó descalza por el pasillo, intentando hacer el menor ruido posible. Mientras caminaba por esa especie de túnel en el que convergían todas las habitaciones de la casa, recordó a su madre. La pensó.
En segundos imaginó ese mismo recorrido transitado por aquella mujer que en sus recuerdos era hermosa, cariñosa, dulce, comprensiva. La capturó en esas imágenes borrosas que de vez en cuando irrumpían en su cabeza sin poder ella controlarlas. Aunque no siempre quería tener el don de hacerlo, prefería silenciosamente dejar que su madre regresara, aunque fuera de esa manera.

Siguió su recorrido y llegó a la habitación de Felipe. Entró muy despacito. Lo vio abrigadito en su cuna, y pensó: "tiene 7 meses y no puedo dejar de mirarlo". Se agachó suavemente al costado de la cuna, acercó su rostro a Felipe y sintió su olorcito, dejó que el calor que ese pequeño cuerpito generaba la envolviera. Agudizó sus oídos para captar los sonidos casi imperceptibles que su bebé hacía al dormir y su respiración melódica.
Algunas amigas le decían que era muy "pegota"con el bebé, pero ella había aprendido a decir a todo que si, y hacer un ejercicio de filtro permanente de lo que otros pensaban, decían y hacían con esto de ser madre. Y fue encontrando con Felipe su manera de hacerlo.
Siguió mirando un ratito a su hijo, y volvió a recordar a su madre.
¡Partió tan temprano para ella! Su papá se casó con una mujer cariñosa, buena y a quien ella sintió, a traves de los años, como una mamá.
Pero desde el embarazo de Felipe, la imagen de aquella, "su" mamá, a la que tuvo que dejar ir a sus diez años volvía de manera recurrente. Odiaba hasta las lágrimas no tener registros mas claros de ella misma siendo hija de su madre. Anheló relatos, historias algo que la acercara a su propio pasado. Victoria lloró. En silencio......
Lo hacía demasiado seguido para sus permisos habituales de llanto semanal. Ella, que todo lo había superado, que la vida la golpeó, pero también la compensó. Ella, que encontró en su camino a una mamá del corazón que la ama y la acompaña. Ella no llora con frecuencia.

Felipe se movió. Dio algunas vueltas en su cuna, se quejó, corrió las sábanas y la manta. Victoria se levantó del piso lentamente. Lo tapó, le hizo una caricia en su cachete calentito y rosado. Y en ese segundo, volvió a capturar a su madre. La sintió. Supo que había un registro más allá. La invadió la certeza de que siendo mamá, encontraba a su mamá perdida. Entendió que no podía ser sin razón este recorrido nocturno, esta mirada, este saber cuidar intuitivamente a Felipe, la conexión que había entre ellos desde la gestación. Descubrió en un instante que aquella mamá que ella no recordaba, estaba en su interior. Que sus vivencias como hija, guiaban sus pasos como madre. Que no necesitaba relatos, sino escuchar sus voces internas.

Volvió por el pasillo a su habitación. Juan dormía. No la escuchó.
Victoria había encontrado lo que estaba buscando desde el día que supo que sería mamá.
Es una sensación rara la de iniciar este blog. Me salió hacerlo con este relato, que fui armando en mi cabeza pensando en algunas historias de las que participé desde lo terapéutico. En este encuentro de nuestra madre interior, nuestro ser hijas nuestro ser madres.... ¡Cuantas cosas nos despierta nuestra maternidad!, sensaciones, olores, miedos, certezas..... mucho más. Quiero ir descubriendo a medida que salga.
Están todos invitados.