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viernes, 31 de octubre de 2008

Mas que una pediatra.









Luego de la experiencia que nos tocó vivir cuando Luisina nació, no fue fácil pensar en el nacimiento de Alejo despojándome del miedo, de la angustia porque sentía que "algo" podía pasar.

En realidad me preocupaba esto de que los médicos y las enfermeras no me creyeron cuando les dije que "algo" le estaba pasando a mi beba.

Entonces, embarazada de Alejo recordé una pediatra que durante la internación en la Neo de Luisi estuvo muy cerca, disponible. Charlaba conmigo en la madrugada mientras yo miraba a Luisina o la amamantaba. Estuvo muy pendiente de sus estudios y de nosotros. En ese momento era residente del hospital.

Pedí una consulta con ella, y me senté en su consultorio con un embarazo de apenas 4 meses a contarle todo esto que me pasaba. El miedo, la angustia y la necesidad de que al bebé que venía lo recibiera alguien que me diera confianza y que confiara a la vez en lo que yo le dijera. Que me escuchara y no me tratara como una madre tonta que no entiende nada de bebés.

Ella recordaba todo lo que había pasado aunque Luisina ya tenía 5 años.
Encontré una persona sensible, conectada con los otros y con una disposición increíble.
Me prometió acompañarnos en el parto y ser ella quien recibiera a ese nuevo bebé.
Nos seguimos viendo durante el embarazo porque comencé a llevar a mis otros niños a consulta con ella. Y cuando se acercó la fecha coordinamos llamarla cuando estuviera en trabajo de parto.

El día que nació Alejo nos comunicamos y ella se mantuvo informada con los médicos de la guardia. Lo cierto es que cuando paso a sala de partos no la veía, pero eran muchas cosas al mismo tiempo las que sentía y estaba viviendo. Pero en el momento de los pujos, se abrió la puerta y entró corriendo para recibirlo.

Les aseguro que lo envolvió con tanto cuidado, con tanto amor. Lo revisó enterito mientras le decía palabras lindas, lo elogiaba, lo tranquilizaba. Me iba contando que estaba perfecto. Y por último se acercó y me lo entregó con mucha delicadeza. Le pedí que me diera la mano y le agradecí. Me regaló mucho más que una atención médica, me devolvió la confianza, calmó mi ansiedad. Se quedó un largo rato en el hospital. Sabía que para mi esas primeras horas eran las importantes. Ale estuvo perfecto. Nada pasó, ni la historia se repitió. Pero siempre voy a agradecer haber tenido a esa persona comprometida con lo que hace, para devolvernos la confianza y la seguridad.

Pasó el tiempo, ella siguió el crecimiento de Alejo. Y quedó embarazada de su tercer hijo.

Ayer volviendo en el auto a casa del trabajo la vi con su bebito en brazos. Paré para saludarla y conocer al bebé. Cuando le pregunté como estaba me dijo "así de babosa como estabas vos con Alejo.." hablaba con la cara iluminada, una sonrisa enorme y una mirada que me hizo recordar todo esto que cuento acá. Me alegró verla así...

Y le agradezco otra vez desde este blog..
Su nombre: Carola Arazi. Del Hospital Privado

sábado, 4 de octubre de 2008

El primogénito....


Hace 11 años estábamos tu papá y yo en el hospital esperando que nacieras.
A las cuatro y media de la tarde salí de mi reposo por preeclampsia, gracias a un golpe fuerte y repentino que sentí....Te habías encajado. Me dolía. Y arrancaron las contracciones.

Seguiditas, con algo de dolor, pero soportables.

Papá estaba pintando el mueble que te habíamos comprado. Y entonces no le dije nada, esperé un ratito...¡¡así lo terminaba de pintar!!

Controlamos las contracciones. No paraban, cada vez dolían mas...Definitivamente ibas a nacer.

Como una bruja intuitiva, llegó tu abuela, mi mamá, arrastrando a mi papá que quería ser prudente y no seguir el presentimiento de ella, que le decía que por "algo" tenía que ir a casa.
Entonces nos fuimos con ellos al hospital.
Eran cerca de las ocho de la noche. Sábado como hoy. Guardia, revisación de la médica. Se rompió la bolsa: "este bebé nace en poco tiempo".

¡Increíble! Tanto esperarte, el primer bebé. Las ansiedades, la espera interminable, la preeclampsia, las corridas al hospital, el reposo, los viajes de trabajo de papá, los traslados a la casa de los abuelos para no estar sola...Y en un rato empezaría otra parte de la historia.
Llegó Claudia . Qué tranquilidad, verla cerca nuestro, después de todo lo que nos sostuvo en el embarazo, de toda su atención y cuidados.
Mucho respirar, acomodarme, enojarme con papá cuando me preguntaba si venía otra contracción. Pedirle que me hiciera masajes para el dolor, que me diera la mano.
La dilatación avanzaba, estabas cada vez mas cerca.
"Unos pujitos y vamos a la sala de partos", dijo Claudia.
Y así fue. Naciste a las 12:20.
Saliste tan rápido, tan suavecito.

Para mi eras perfecto. Papá no se olvida de la sensación terrible de creer que "esa" cabeza que veía nunca se acomodaría.

No pudiste ir con nosotros a la habitación, por un ruidito que hacías al respirar. Papá hizo un surco entre la habitación y la neo. Eso lo tranquilizó, porque vio como aquella cabeza escalonada, se fue transformando con las horas.

Al otro día, finalmente nos volvimos a encontrar, y comenzamos este camino en el que estamos.

Fuiste el primer bebé de la casa. El que inauguró sensaciones, espacios, sentimientos nuevos.

Fuiste el rey de la casa. Pasé días enteros mirándote, maravillada con tu perfección. Deseando que despertaras para verte los ojos, para conectarnos.

Supongo que habrás cargado con miedos de las madres que arrancan, que están aprendiendo. Pero hoy cuando te miro, recuerdo esas mañanas en que chiquitito te dejaba cerca mío en la cama, nos despertábamos a nuestro ritmo, tomabas la teta cuando querías....Supongo que no lo hice tan mal a pesar de no saber...

Después......Muchas cosas.

Pero hoy, me sale recordarte de bebé. Recordarme empezando. Recordar a papá que te cambiaba, te bañaba, te limpiaba el ombligo los primeros días porque yo no me animaba.

Recordar la maravilla que fuiste para tus abuelos, el primer nieto, y para mis abuelos, el primer bisnieto....Para mi hermana, el primer sobrino....

Definitivamente, ese 5 de octubre de 1997, cambiaste la vida de muchas personas.

Gracias...Te amamos

Feliz Cumple!!!
(Acá unas fotitos del festejo familiar)

jueves, 18 de septiembre de 2008

Lazos para siempre


Ayer, después de mucho tiempo, la crucé en el messenger.
La recordé llegando a los grupos de preparto.
Ella estaba sola. Una pareja inestable emocionalmente, con dudas absolutas de su capacidad de ser padre. Y ella con una decisión absoluta de no dejar que esa situación arruinara el momento mas importante de su vida.
Ella me hizo un regalo: acompañarla. Ser parte de un tiempo, de un momento irrepetible.
Estar con ella durante el trabajo de parto y el nacimiento. Respirar con cada una de sus respiraciones. Verla transitar esa línea invisible entre despedida de la panza y bienvenida de su hija.
Fui testigo de la vida irrumpiendo en todas sus formas posibles. Recibí toda la fuerza de su historia . La vi despedirse del embarazo de manera silenciosa. Reafirmar al universo la llegada de su niña, su decisión y su rumbo.

Pasaron siete años. Ella siempre me agradece. Le ha contado a Mile de mi, me habla con mucho cariño y me escribe cosas hermosas en cada contacto.

Lo que no sé si le queda claro es lo agradecida que estoy yo. No sé si tiene una dimensión real del regalo que ella y su hija me hicieron a mi. Regalo de energía, de fuerza, de instinto, de crecimiento, de entrega.
La emoción de estar, de acompañar. La sensación de ayudar. La explosión de los primeros segundos de una personita llegando al mundo. Verla respirar por primera vez. Ser cómplice del ritual del encuentro con su mamá, del reconocimiento mutuo.
Cada nacimiento en el que acompaño me deja sensaciones diferentes.

Juli me ha dejado la de un lazo con ella y su hija para siempre.
Un lazo que excede los tiempos, las formas, los encuentros.
No sé explicarlo con palabras.
Pero sé que ella lo va a entender.

Gracias Juli. De corazón.

jueves, 31 de julio de 2008

Se lo perdió.


Me llamó por teléfono una tarde.
"¿Me acompañas al hospital? va a nacer el bebé y mi marido no se anima."
El corazón me latía fuerte. ¡Qué emoción!
Acomodé las cosas en casa y me fui ansiosa para allá.
El mismo lugar donde hacía pocos meses habíamos recibido a Ezequiel.
Se movían muchas cosas dentro mío.

Cuando abrí la puerta de preparto, la vi llorando de dolor. Su marido escasamente podía moverse. Estaba durito al lado de la cama, haciendo un movimiento como de palmaditas sobre su espalda.

Apenas me vio entrar, este papá asustado se acercó y me dijo: "que suerte que llegaste, yo estoy afuera". Me quedé dura. No podía creer. Yo recién me iniciaba en este mundo del preparto, la crianza, mi propia maternidad. Una sabe que hay papás que no se animan, que no quieren, que no pueden, pero fue la primera muestra viviente que encontré.

Entonces pensé que para mi no había sido una opción cuestionarme si mi marido iba a estar o no. Era "obvio" que entraba, porque él tampoco se lo cuestionaba, ¿como se iba a perder ese momento?. Y estuvo desde el principio al final. Y recorriendo el pasillo desde la habitación hasta la neo cuando Eze quedó un ratito en observación. Y le cambió sus primeros pañales porque yo no me animaba, y lo bañaba con total soltura y seguridad, y...tantas cosas.

Cuando volví de esa asociación rápida de pensamientos, acompañé a Sandra en su trabajo de parto. Respiramos juntas, buscamos posiciones cómodas. Se calmó. Y un segundo antes de entrar a sala de partos apareció su marido, entonces la enfermera quiso darle una bata: "no, son cosas de mujeres", la frenó.
Volví a pensar en segundos "¡¡no puedo creer que se lo vaya a perder!!" Con lo lindo que había sido para Kike (mi marido).


Sandra tuvo un parto natural. Un bebé hermoso.

Y una vez que todo terminó él se acercó para alzarlo.
Yo me fui a casa. Entendí que cada uno hace lo que puede y como puede.

Pero cuando los vi a Kike y a Eze juntos, volví a sentir que aquel papá "se lo perdió".

lunes, 28 de julio de 2008

Ella. Mi obstetra.


Primer embarazo.

Esperando a Ezequiel.

Todo bien hasta el sexto mes que la tensión empezó a subir un poco.

Análisis, ecografías, control de la tensión.

Y se fueron sumando viajes hasta el hospital cuando marcaba muy alta.

Medicación. Y el embarazo se fue tornando complicado para nosotros. Mi marido trabajando toda la semana en La Rioja. Yo y la panza entre la casa de mi mamá, la nuestra y la guardia de obstetricia.

Tener constantemente miedo que al bebé le pase algo, medir todo el tiempo si veía estrellitas o me dolía la cabeza. Reposo.

Pies y manos hinchados.

Ella me calmaba, ponía paños fríos sobre mis ansiedades.

Me aseguraba que todo iba a salir bien, que ella me cuidaba.

Un fin de semana, el embarazo casi a término, me internaron por dos días.

Mi paciencia escasa, mi ansiedad desbordante.

Ella entró el lunes a la habitación con el alta firmada.

Casi me desmayo del enojo. "Sacame el chico ya" le dije "inducime el parto, no doy más. Quiero que nazca, no quiero estar yendo y viniendo con miedo que le pase algo".

Ella me miró, se acercó, se sentó en la cama al lado mio y me dijo:
"yo recién llego al hospital y me quedo hasta la noche, para mi sería muy fácil hacer lo que me pedís, cómodo. Pero vos sos una primeriza con poca dilatación. Si yo te hago una inducción es probable que terminemos en una cesárea sin sentido. Está todo bien, andá a tu casa y esperemos el momento que él tenga que nacer."

Me fui. Un poco enojada la verdad.

El sábado siguiente a las cuatro y veinte de la tarde sentí el momento en que Eze se encajó y arrancó el trabajo de parto. Nació a las doce de la noche, por parto natural. Rápido, casi sin intervenciones. Y Ella estaba ahí, lista para acompañarnos.

Entendí que sus palabras del lunes eran ciertas. Y con el tiempo vi que no todos quienes se dedican a la obstetricia toman esos criterios. Muchas veces buscan los caminos más cómodos para ellos, para sus horarios. Y hacen que las mujeres y sus bebés se enfrenten a cesáreas sin sentido o inducciones dolorosas que terminan en cirugías de urgencia.

Ella: Claudia Travella del Hospital Privado de Córdoba.

Obviamente que me acompañó en los nacimientos de Luisina y Alejo también. Y con todo derecho me pregunta por ellos diciendo "¿cómo andan mis hijos?".
Gracias Clau. Siempre.

viernes, 25 de julio de 2008

Bienvenido bebé


Después de un largo trabajo de parto.
Mucha concentración y esfuerzo.
La compañía sostenedora de su marido.
Algún que otro entredicho con las enfermeras y los médicos de guardia.
Decía, después de todo esto, por fin nació el bebé.


Ya el solo hecho de verlo la transportó a otro mundo. Tanto esperarlo, imaginarlo. Tan eterno que parecía el último mes con la panza, y ya estaba con ella. Alivio, alegría, encontrarse con el bebito cara a cara, cuerpo a cuerpo. Casi que parece una película, un relato encantador y conmovedor. Todo ordenado y perfecto.

Pero, esperen un ratito.
Cuando salió de la sala de partos, estaban todos. Y cuando digo todos es todos. Contemos: sus padres, sus suegros, sus dos hermanos con esposas y sobrinos. Las hermanas del marido, con esposos y sobrinos. Una amiga con el hijo. Si eso no es "todos", ¿todos a donde están?.
La película y el relato, tomaron otra dimensión. El avance de estas personas (que por el momento al bebé no le interesa si son abuelos, tíos, primos o amigos ) sobre ella y su hijo, no se hizo esperar. Todos hablando cerca del bebé, haciendo ruidos, muecas. Todos con sus perfumes, con sus olores, con sus voces, con sus toses, estornudos y manos sin lavar. Y no es por ponernos paranoicas, pero es un recién nacido, no alcanzó ni a tomar su primer sorbo de calostro, un poquito de defensas.
No llegó a oler del todo a su mamá, a escucharle la voz en vivo y en directo después de tanta espera. No llegó a encontrarse con su papá, que habló tantos meses a través de la panza.
Y allí partieron, "todos" a la habitación. Y mamá intentando entre las opiniones de los presentes, darle la teta de la mejor manera posible.
Revisemos un poco el resultado de esta situación: el bebé llora como loco. No entiende nada y dadas las circunstancias quisiera volver a la tranquilidad de la panza. La mamá no puede relajarse, le molestan los puntos que le acaban de hacer, no le sale ni una gota de calostro porque el bebé de tanto llorar no puede succionar. El papá no quiere ser grosero, pero desea con todas sus fuerzas que todos se callen y se vayan a charlar a su casa. ¡Ah! Mientras tanto todos los primitos del recién llegado, saltan por encima de las camas de la habitación, obviamente cantando y gritando como si estuvieran en la guardería.
Ella termina maldiciendo que su hijo haya nacido en la mismísima hora de las visitas, de tantas horas que hay en un día, eligió una franja horaria tan pero tan complicada e inoportuna.
El, reprime al máximo el instinto asesino que amenaza con apoderarse de su ser, sólo porque no le gustaría ir preso el día del nacimiento de su primogénito. Y que les puedo decir del bebé. El bebé no entiende por qué le pasa esto. Por qué todas estas personas lo aturden, lo tocan y ponen nerviosa a su mamá.
Pero por suerte, los horarios de visita no son eternos y las enfermeras vienen a despedir a los intrusos, que se resisten un poco hasta que papá les muestra sin querer aquel instinto del que hablábamos, ¿se acuerdan?.

Bueno. Por fin se fueron.
A empezar de nuevo.
Bienvenido a este mundo Bebé.


Perdón si algún abuelo, tío, amigo, sobrino etc, se ofende con este post.
Es cierto que al bebé lo espera toda una familia. No es un ser aislado del amor de abuelos, tíos, amigos, primos y todos quienes quieren a la familia. Pero en ocasiones se genera una invasión al recién nacido y a sus papás, que apenas pueden con todo lo que se les mueve a ellos con el nacimiento y se ven obligados a exponerse a las ansiedades del resto.
Las mamás terminamos nerviosas y el bebé también. Se interrumpe ese espacio destinado por la naturaleza para el reconocimiento entre mamá-bebé, papá-bebé, y ni hablar si hay algún hermanito mayor, que necesite acercarse tranquilo al que llegó.
No es fácil para nosotras salir de la sala de partos y tratar de darle la teta por primera vez al bebé rodeada de las miradas de todos, esperando para opinar e intervenir. O levantarnos de la cama para ir al baño molestas, con apósitos, sin saber bien como caminar por los puntos.
Respetemos a la familia que está recibiendo una nueva personita. Nada pasa si los visitamos cuando vuelven al hogar. O si esperamos algunas horitas para que se acomoden. Me surge que hay que dejar que los protagonistas sean los protagonistas.
Bueno, como siempre digo, esa es mi opinión.

jueves, 10 de julio de 2008

Dolores que pasan




¿Viste que un día el dolor iba a pasar?
Sé que sentiste que nada podría consolarte. Que la naturaleza no estaba siendo muy generosa con vos. Era casi incomprensible que tu propio cuerpo pudiera dañar algo que deseabas tanto, algo tan querido. Y si, es casi incomprensible.
Sentiste vacío.
Sentiste bronca. Tristeza. Te culpaste. Recorriste con tu mente cada cosa que tomaste, comiste, oliste, tocaste. Te enojaste. Mucho. ¡Qué injusticia!. Tres meses de ilusiones devorados en un sólo instante. Tanta preparación, tanto cuidado. ¡Ay, qué ganas de llorar!. Y encima todos te preguntaron qué pasó, si venía todo perfecto. No tenías ganas de explicar, de comer, de salir, de trabajar, de reír. No tenías ganas.
Deseabas de forma desesperada que el embarazo hubiera seguido adelante, ansiaste más. ¡Qué poco que duró! pero a la vez fue mucho, lo suficiente para imaginarte la panza grande, y el bebé, sobretodo el bebé. ¿Por qué insistían todos en buscar palabras de consuelo que sólo lograban angustiarte y recordarte lo que había pasado?.
Tuvimos una charla por teléfono. Lloramos las dos. Te conté que te entendía, que había pasado por algo parecido. Compartimos esas cosas que se sienten, que se comparten mejor desde la vivencia. Conectarse con el dolor, con la pérdida, es como el primer escalón de la salida.

Los días fueron pasando, y fuiste subiendo mas escalones de a poco. El miedo te tomaba por sorpresa cada vez que la tentación de pensar en otro embarazo se escurría entre tus pensamientos. Calma. Mucha calma. Si no, no ibas a poder. Decisión, deseo inmenso. Tratamiento médico, un poco largo para tu ansiedad. Necesario para prevenir. Y tu marido siempre a tu lado. Por momentos te olvidabas que él también perdió algo. Es que tu cuerpo fue el protagonista de este cuento.
Y un día llegó el permiso que esperaron por largos meses. Otra vez el miedo. ¡Que ilusión!
De nuevo el miedo, pero qué alegría, más miedo, inevitable.

Hoy entre tus brazos duerme tu bebito recién nacido.
¿Viste que un día el dolor iba a pasar?
Llegaste al último escalón. Disfrutalo, descansá, degustá cada segundo de esta inmensidad de ser mamá.
Tomá fuerza, que hay mucho más para andar.

Para Carla, con todo mi cariño. Ella sabe.

sábado, 5 de julio de 2008

Luisina. Mi hija






"Para Luisina, mezcla de princesa y hadita que va desparramando sonidos, música y colores por todo nuestro hogar"
Llegaste el 20 de enero del 2000 a las cinco de la tarde. Con una decisión absoluta, irrumpiendo en la sala de preparto y dejando a la obstetra con los guantes a medio poner. ¡Qué hermosa sensación de alivio, alegría, euforia! Eras muy chiquitita. Nuestra segunda bebé.
Tomaste la teta enseguida y nos fuimos juntas a la habitación.
Ahí comenzó una carrera desesperante para mi. Sentí que "algo" no andaba bien. Le pregunté a tu papá, a tu abuela a la enfermera, al pediatra, si no te veían algo raro. Nada. "será el calor", "está cansada del parto", "todos los bebitos revolean un poquito los ojos". Y la pregunta fatal de la enfermera ¿sos primeriza? que equivale a "¿sos estúpida o exagerada con una dosis de inexperiencia como para ver fantasmas donde no los hay?". Te miré una y otra vez, no sé explicarte claramente lo que yo veía, no sé si se notaba objetivamente o no. Pasaron algunas horas. De madrugada te faltó un poco el aire, me asusté, te llevaron a la nurse y te aspiraron un poco: "no es nada, mucosidades normales después del parto". Horas interminables de sentir que algo te iba a pasar y nadie me escuchaba. Mucha angustia. Impotencia.
Ocho de la mañana. Sin probar una gota de leche desde las cuatro: una espumita blanca salía por tu boca, el color de tu cara era extraño, los ojos hacia atrás. La enfermera con las reacciones anestesiadas. Te envolví en una manta y corrí por el pasillo hasta la terapia intensiva neonatal, parecía no llegar nunca. Una vez ahí te saqué la ropa y exigí: "no me la devuelven hasta que no vean que le pasa" y me fui con tu ropa para no dejarlos reaccionar, fue lo que me salió.
Cuando volví, ya no me dejaron entrar. Un médico salía, el otro entraba, corridas, movimientos y un devastador "ya le vamos a explicar". Al ratito vinieron tres médicos a decirme que habías convulsionado por cuatro minutos. Un dolor agudo en el pecho y en la boca del estómago. Una angustia de esas que desesperan y disparan sensaciones horribles de miedo y de dolor.

Quedaste muy cansada después de semejante episodio, te fui a ver a la incubadora y estabas blandita, sin moverte, llena de cables y monitoreos. Pasaron unas horas más hasta que reaccionaste, de a poco a mis palabras y a las de papá. Te cantaba, te tocaba, te pedía por favor que fueras fuerte. Quería mitigar la soledad y el frió interno que sabía que estar en esa cajita transparente te hacía sentir.
Análisis, ecografías, resonancia. Nada. "Hay que esperar". De a ratos estabas mas despierta, alerta, tomabas la teta entre las maniobras torpes que yo hacía con mis manos por los cables que se cruzaban por todo tu cuerpito. Pero la segunda noche de terapia intensiva pasaron cosas. No quisiste comer más. Ni las palabras, ni las canciones, ni hacerte upa ayudaba. "La vamos a tener que volver a canalizar". No sé cuanto tiempo estuve pegada a la incubadora. Sentía que volver a canalizarte era un paso atrás, sentí terror de perderte. Mi cuerpo cansado después del parto y tantas horas de maratón emocional y física dijo basta, me caía. Fui a la habitación con tu papá. Me acosté y lloré. Mucho. Mucho, con todos los llantos que se puede llorar. Y te pedí una señal, algo que me dijera que estabas bien. Te pedí fuerza, te pedí por favor. Sonó el teléfono. Era la pediatra de guardia: "vení corriendo que Luisina llora desesperadamente, tiene hambre, despertó". Corrí como loca por el mismo pasillo que te había llevado a la neo hacía dos días.
Llorabas a gritos, con una fuerza tormentosa, explosiva. Tomaste la teta con la misma decisión absoluta que irrumpiste en esta vida el 20 de enero a las cinco de la tarde.
No sé que pasó esa noche. Siento que de alguna manera que no es clara para mí, me escuchaste y saliste de ese sopor indescifrable en el que estabas.

Nunca supimos que fue. No volviste a convulsionar nunca mas. A los dos días salimos del hospital y seguimos con nuestras vidas. Eso si, ya no éramos los mismos.

Desde chiquita Luisina escuchó este relato. Al escucharlo cerca de los dos años, le brotaban lágrimas de sus ojitos y me decía: pero ya estoy bien, vos me cuidaste. Ahora, con ocho años, lo cuenta como una anécdota sin ninguna carga de angustia. Más adelante veremos como fluye en su vida. Creo que escuchar la verdad, saber de este momento tan traumático de su vida, abrió un camino para que elabore todo sanamente.
Realmente nunca se encontró el motivo de las convulsiones. Y yo nunca encontré el motivo para que nadie me escuchara cuando quise prevenirlo. (para retomar mas adelante ¿no?)