Mostrando entradas con la etiqueta Relatos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Relatos. Mostrar todas las entradas

viernes, 30 de enero de 2009

Tesoro....



Caminaba lento. Pasos cansados.

Una vida de trabajo. Larga.
Llegó a la Argentina en un barco desde España siendo muy pequeño.

Una familia buscando un futuro. Un lugar.

Me han contado mucho de su historia, pero yo tengo mis registros propios.

Ojos llenos de paz. Disposición absoluta para jugar conmigo en cualquier circunstancia.

Yo: mujer maravilla. El: el malo atado con el lazo de la verdad.

Yo: antojo de ir a la plaza. El: llevandome haciendo un esfuerzo con sus piernas.

Yo: mujer maravilla otra vez. El: el malo que dispara sin éxito porque mis muñequeras le frustran el ataque.

Yo: aburrida. El: juguemos a las cartas.
Yo: huyendo de las obsesiones de limpieza de mi abuela. El: cómplice.

Yo: una nena de siete años. El: mi abuelo Emérito.

Yo buscandolo en la casa, sintiendo que en cualquier momento volvería a aparecer con sus pasos cansados a buscarme para jugar. El.....No podía volver.

Pero dejó esa huella, esas vivencias....

Tesoro grande el de los abuelos que se conectan, disfrutan y regalan estos recuerdos..
Figuras importantes en la crianza. Sostenedoras muchas veces.
Muchos con miradas especiales y disposiciones amplias para el encuentro con los niños.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Dos niños.


Cuando tenía 16 años me inscribí como voluntaria en el cottolengo Don Orione.

Estuve allí 4 años. Iba lo sábados o los domingos, según las actividades que me tocaran.

Fue una experiencia muy especial. Me conecté con historias dificiles, una realidad paralela al mundo que transitaba "afuera" de la institución.


Vi, escuché y vivencié innumerables cosas. Horribles algunas y geniales otras. Pero de todas aprendí, todas me tocaron y marcaron un camino especial en el momento de elegir mi profesión.

Hoy recordaba esos tiempos, ese lugar, los otros voluntarios, y vino un recuerdo a mi memoria.

Una tarde presencié el momento en que una familia fue a llevar a su hijita de aproximadamente 6 años para dejarla internada. Un auto caro, padres y hermano (de unos 10 años) muy bien vestidos. Bajaron del auto a la nena que no caminaba, usaba pañales y tenía la mirada absolutamente perdida. Era de pelo rubio casi blanco, ojos azules, piel blanquísima.

La pusieron en una silla y la mamá relataba de manera bastante fría para mi registro como la hacían dormir en un colchón en el piso porque si no tenía que estar pendiente si se caía de la cama. Se me pierden detalles de lo que hablaban los padres, yo miraba a la nena sentadita inmóvil en la silla y noté como el hermano la miraba, se fue acercando y puso una mano sobre ella. El nene empezó a llorar, intentaba controlar sus lágrimas pero solo lograba un puchero a punto de estallar en su boca. Los padres terminaron de decir lo que fuera que estaban diciendo a la monja del pabellón y llamaron al hijo para que se fuera con ellos en el auto. No se despidieron de la nena, solo se acercó el papá a tomar en brazos al hermano que comenzó a gritar y a llorar de manera furiosa porque no quería dejar a su hermanita. Lo arrastraron hasta el auto y se fueron.

Recuerdo que los fines de semana que siguieron nadie la visitó. Y que nos fuimos turnando entre los voluntarios de la semana y los de los fines de semana para hacerla tener contacto con el mundo. La hacíamos caminar entre dos, la sosteníamos, le cantábamos, le dábamos de comer. Ella comenzó a hacer contacto con nosotros, a sostener la mirada en los rostros y en los ojos de los demás. Se reía, y podía hacernos saber sus necesidades.

No sé cuanto tiempo pasó hasta que la visitaron. Solo recuerdo que con la única persona que se conectó durante la visita fue con su hermano. A él le sonrió, le buscó la mirada y solo hacia él mostró a su modo alguna emoción, sensación o lo que haya sido que ella estaba sintiendo....


Yo era muy chica. Hoy a lo mejor se me ocurre encontrar causas, explicaciones posibles a la actitud de esos padres con su hija enferma. Pero sigo igual de admirada de la relación que ese niño de 10 años había generado y establecido con ella, con su hermana. Puro contacto, pura emoción, sin los condimentos que una niña enferma pudo haber desplegado en los adultos que la recibieron en este mundo...

jueves, 18 de septiembre de 2008

Lazos para siempre


Ayer, después de mucho tiempo, la crucé en el messenger.
La recordé llegando a los grupos de preparto.
Ella estaba sola. Una pareja inestable emocionalmente, con dudas absolutas de su capacidad de ser padre. Y ella con una decisión absoluta de no dejar que esa situación arruinara el momento mas importante de su vida.
Ella me hizo un regalo: acompañarla. Ser parte de un tiempo, de un momento irrepetible.
Estar con ella durante el trabajo de parto y el nacimiento. Respirar con cada una de sus respiraciones. Verla transitar esa línea invisible entre despedida de la panza y bienvenida de su hija.
Fui testigo de la vida irrumpiendo en todas sus formas posibles. Recibí toda la fuerza de su historia . La vi despedirse del embarazo de manera silenciosa. Reafirmar al universo la llegada de su niña, su decisión y su rumbo.

Pasaron siete años. Ella siempre me agradece. Le ha contado a Mile de mi, me habla con mucho cariño y me escribe cosas hermosas en cada contacto.

Lo que no sé si le queda claro es lo agradecida que estoy yo. No sé si tiene una dimensión real del regalo que ella y su hija me hicieron a mi. Regalo de energía, de fuerza, de instinto, de crecimiento, de entrega.
La emoción de estar, de acompañar. La sensación de ayudar. La explosión de los primeros segundos de una personita llegando al mundo. Verla respirar por primera vez. Ser cómplice del ritual del encuentro con su mamá, del reconocimiento mutuo.
Cada nacimiento en el que acompaño me deja sensaciones diferentes.

Juli me ha dejado la de un lazo con ella y su hija para siempre.
Un lazo que excede los tiempos, las formas, los encuentros.
No sé explicarlo con palabras.
Pero sé que ella lo va a entender.

Gracias Juli. De corazón.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Dos chicos




En un libro de relatos de Inés Arteta, llamado "Chicas bien" encontré un relato que me dió mucha ternura. Se llama "Dos chicos". No lo transcribo todo porque es muy largo, pero rescaté las partes que mas me gustaron. Espero que lo disfruten como yo.
Es la voz de una madre que va a cenar con su hijo. Parecen hermanos porque ella lo tuvo muy joven. Durante la cena él le pide que le cuente algo de cuando era chico, una anécdota, una historia..Y ella le hace este relato:

"Una vez un chico y una chica tuvieron un hijo. Eran tan chicos que las familias de los dos se ofrecieron a darles una mano. Era Enero. ....Hacía mucho calor. La madre del chico los invitó a que pasaran ese mes en la quinta de su familia. Iba toda la familia del chico porque había pileta.
El bebé tenía tres semanas y era la novedad para todo el mundo. Querían alzarlo, hacerle muecas, besarlo. Siempre lo devolvían llorando y la chica lo amamantaba para que se calmara. Se encerraba en el cuarto que les habían dado al fondo de la casa, porque en esa familia era mal visto amamantar en público. Ponía al bebé contra su pecho hasta que se calmaba. Salir de la multitud y encerrarse en ese cuarto era maravilloso. Había una calma muy dulce que contrastaba con el griterío de la sala....Casi siempre venía el chico detrás de ella y los miraba, callado...Iba al baño y traía el cambiador, el óleo, un pedazo de algodón y un pañal.
.... La historia que te estoy contando sucedió un sábado. La multitud se quedaba a cenar. Cuando la suegra dijo que estaban las lentejas en la mesa, el bebé empezó a llorar. Lloraba a los gritos. La chica lo llevó al cuarto, se sacó la remera y lo puso al pecho. El bebé trataba de mamar, abría la boca y chupaba, pero parecía que no conseguía nada, entonces lloraba mas fuerte. Ella no sabía que pasaba. El chico caminaba por el cuarto con las manos detrás de la espalda.
-No sé que le pasa -dijo la chica-comió hace menos de dos horas, tal vez le pase otra cosa.
-En esta casa se respetan los horarios-dijo el chico.

El bebé lloraba cada vez mas fuerte. Los pechos de la chica estaban inmensos y agarrotados, los pezones color violeta. Los tapó con la remera.

-Tal vez si trato de ablandarlos con calor-dijo la chica.

Le pidió al chico que sostuviera al bebé mientras dejaba correr el agua de la ducha sobre sus pechos. El bebé seguía llorando...Los pechos seguían como piedras.
Golpearon la puerta. Era la suegra.
-Chicos-bramó-está la comida.
-Andá vos-decile que no tengo hambre.

No hizo falta que él le dijera que en esa casa te sentabas a la mesa aunque no tuvieras hambre.
Al fin el chico se fue. Volvió: -Dice mamá que no se amamanta a la hora de comer.
Se quedaron mirándose un rato sin decir nada...
El chico se levantó de golpe, fue al baño y volvió con papel higiénico. Se lo dio a la chica para que se sonara la nariz. Después el chico la abrazó. Por encima de su hombro, ella podía ver al bebé todavía pataleando. El chico le puso el chupete y se calmó un rato, ya agotado. Se durmió...
El chico revolvió el bolso..Sacó sacaleche. Cuando la chica lo vio, se sentó sobre la cama rendida. El chico colocó el aparato sobre uno de sus pezones. Tiraba del tubo una vez, otra. La chica miraba hacia el costado. Le dolía, era un ardor muy fuerte con mezcla de picazón. Poco a poco el tubo empezó a salpicarse de gotitas blancas. El chico susurraba frases que la calmaban, que la hacían creer que pronto todo estaría bien. Decía: "sos la chica mas linda del mundo, tengo tanta suerte que estés conmigo, me volviste loco el día que te vi por primera vez en la calle, ibas en bici". Lo repetía y repetía, siempre en el mismo tono calmo y hablaba de cosas que iban a hacer los tres. La chica seguía sin poder frenar las lágrimas y un rato después el tubo se había llenado de leche hasta la mitad. Ese pecho ya estaba blando. El chico fue al baño y volvió con el tubo limpio y lo colocó en el otro pezón. Un rato después se había llenado el tubo hasta la mitad y ese pecho también estaba blando. El chico apagó la luz del cuarto, solo quedaba prendida la del baño. Se recostaron al lado del bebé. No sé cuanto pasó, pero cuando el bebé empezó a lloriquear de nuevo, había silencio en la casa. Ella lo puso en un pecho y el bebé mamó lo mas bien. El chico se fue, ella le dio de mamar de los dos pechos; se sentía feliz. El bebé se quedó dormido, lo puso en el moisés y estaba tranquilo.

El chico volvió con dos platos de lentejas, pan y una botella de vino. Comieron cuchicheando, recordando cuando estaban de novios y no podían aguantar vivir separados. Después salieron. Había una luna redonda más blanca aún que la de hoy, grillos, ranas. Hicieron el amor sobre el pasto, la primera vez desde que nació el bebé..".....

jueves, 28 de agosto de 2008

Ser madre


En un libro de relatos de María Novo llamado "ellas, las invisibles" encontré éste llamado "Ser madre" que me resultó conmovedor. Es el relato interno que va haciendo consigo misma una mujer que teniendo un bebé tiene que salir a trabajar, corriendo con sus horarios, compitiendo por no perder su puesto y deseando pasar mas tiempo con su hijo. Acá comparto con ustedes fragmentos del relato:

"...el reloj tan insistente como siempre y la prisa, corrompiendo ese deseo antiguo de tocar a su hijo y demorarse.
....Se trata de correr, de vivir de costado y a destiempo ese placer oculto y vivo de ser madre.-No saltes Juan, no saltes que hay que irse; y ahora se hace pis, otra vez a mudarlo, es que no llego, pero si ficho tarde me tendré que explicar, no sé ya qué decirles, porque esto no lo pueden entender, mi jefe es solo padre, que desdicha.

-Come bien niño y no metas la mano en la comida...Pero como le digo estas cosas si él sólo quiere jugar y nació para eso, para volcar los platos de la vida, para no ser usado sino usar, para romper el orden y reír, que ahora no ríe, tan atrapado por esta rapidez de un plan que no es el suyo: correr, salir corriendo, a las ocho menos cuarto alcanzar la guardería.....
...Que extraña sensación la de haber perdido el centro de mi vida, la de amar a este hijo más que a todos mis bienes y, sin embargo, no poder dedicarle más tiempo: ser madre y ser mujer, todo a la vez, estar con él pero estar en el mundo....

Ya nos vamos, el viento en contra.....Tengo miedo, me parece que es poco con el fin de semana, yo querría que él creciese conmigo más despacio, que sintiese que es parte de un proyecto que consiste en mirarse a los ojos y reír, no solo de este ir y venir que no puede entender......
Mi jefe no es mujer, si lo fuese entendería que las ocho es muy pronto cuando se tiene un hijo, que una media jornada sería suficiente, ya le pedí y me dijeron vete, ese es tu problema.

Tengo que competir con ellos, mis colegas. Siempre llegan intactos al trabajo....porque saben que hay alguien que les cubre; ellos pueden hacer reuniones cuando las guarderías cierran y los chicos esperan reconocer un rostro familiar en la puerta.
Ya la veo solo queda esta calle, y llegaremos pronto. ...Voy contando los tiempos que nos quedan de a dos, juntos tu y yo y me parecen cortos, escasos, medidos, ahora que podría disfrutarte, que de mayor te irás.....
Buenos días Elena. Juan llega un poco a disgusto, pero ya se le pasará, como otros días, eso me dicen, que después come y juega como todos.....
...Las ocho menos tres, los tres que necesito para llegar si está el ascensor en el portal y, si no, escaleras arriba, me va en ello el puesto.....

Logré llegar.
Doce expedientes, me espera un día intenso,
y acaban de anunciar una reunión..., tendré que pedirle a mi madre que recoja el niño a media tarde....
-Sí, señor director, podré quedarme, cómo no.

-La reunión es a las seis, ya lo he entendido. No faltaré. Que la empresa no tenga contratiempos, que los balances reflejen unas buenas ganancias. Por mí no quedará, señor director....
Pero que pena que usted no sea mujer y esté amamantando, qué pena que no sepa que la vida se esconde en otro sitio, palpita de otro modo.

¡Qué pena, señor director...!"
Espero que les haya gustado.. A mi me hizo pensar en muchas cosas. En ciertos tiempos en los que maternando, se nos dificulta subirnos al ritmo que nos piden y nos exigen nuestros trabajos, o quienes nos rodean. En esos ritmos que van a destiempo de los nuestros y que ni siquiera nosotras imaginábamos antes de ser mamás. Y en la búsqueda de reparar un poco estas sensaciones, generando otros espacios de disfrute con el bebé...

jueves, 24 de julio de 2008

Los hijos en el cuerpo


Se sienten.

Más allá del embarazo. Más allá del parto.
Escurriendo a través de nuestros poros, sensaciones de las mas diversas, amplias e intensas.
La necesidad física de los hijos existe.
Ese olorcito que viene a nosotras luego de unas horas de estar lejos de ellos.
El deseo de escuchar sus sonidos vibrando por toda la casa. Esos mismos que en ocasiones nos aturden, pero que si faltan nos desorientan, dejan vacíos.
El impulso incontenible de besarlos. El abrazo que se despierta con su presencia.
Los hijos en el cuerpo marcan, regalan, transitan, generan.

Están. Porque son parte. Parte de un universo transformado desde que nacen.
Parte de nuestra vida que casi ni se acuerda de los tiempos en que ellos no estaban dependiendo de nosotros y esperando.

Son muchas las dimensiones de nuestro cuerpo habitadas por los hijos. Cuando sus carcajadas encienden las nuestras. Cuando los vemos haciendo algo que les da placer. Cuando descubrimos su crecimiento en el día a día. Cuando nos enojan.

Cuando sabemos que están bien, una sensación de calma nos habita. Cuando sabemos que están.
Siento que nuestro cuerpo nos dice también cuando no estamos tan disponibles para ellos. Cuando queremos hacer otras cosas. Cuando nos sentimos más irritables porque nos demandan sin límites y nuestra mirada quiere por un rato estar en otro lado. También lo sentimos en el cuerpo, como un límite que se transita y se puede pasar.
Pero el rumbo se sostiene por ese calmo bienestar de ellos. Sabiendo que están bien, aunque no estén cerca.
Hay otras sensaciones que duelen. Lastiman, quiebran todo nuestro cuerpo.
Si están sufriendo. Si están enfermos. Percibo esos momentos, como nudos fuertes en el centro corporal. En el vientre, en el pecho.

Si los creemos en peligro. Nos ahogamos, se caen nuestras piernas, tiembla nuestra piel. Se calla nuestra voz.

Los hijos en el cuerpo se sienten. Y sus ausencias también.
Hay ausencias inocentes y transitorias, salidas, campamentos, cumpleaños, vacaciones.

Y hay de las otras ausencias. Las de mamás que buscan a sus hijos, las que pelean por su tenencia, las que no los ven hace mucho. Las que no pueden quedar embarazadas.

En este camino de acompañar en la crianza, en ocasiones encontré mamás con ausencias. Ausencias largas, dolorosas, de las que arden. Y el cuerpo se los dice, se los recuerda y se los grita.
Pienso mucho en ellas. En sus hijos. En el ardor, en el vacío.
Pienso en el recurso que cada una encontró para seguir.
También de ellas hay que hablar. ¿No?

domingo, 20 de julio de 2008

Día del amigo


¿Como pasar este día del amigo?

Mi amiga Vero ya no está. No la puedo saludar, ni la puedo volver a ver.
Vuelvo a elegir recordarla. Retenerla desde quien fue, desde los encuentros que tuvimos y la relación que generamos.
Vuelvo a renovar con ella mi promesa de estar ahí para lo que sus hijos necesiten de mi.
Y renuevo conmigo la necesidad de recordarla siempre.

Por suerte están mis otras amigas también. Las que viven cerca y se nota. Las que están lejos pero rondan mi vida de manera constante. Las de toda la vida. Y las amigas que vendrán.

Para todas ellas.
Feliz día del amigo. Las quiero mucho.

martes, 15 de julio de 2008

Ojos cansados


Ella llegaba todas las mañanas muy tempranito al hospital. Traía colgado de su hombro un bolso que a mi me parecía pesado y en una mano una bolsa con revistas. Si tengo que describir algo que para mi la caracterizaba era "un par de ojos cansados".
No recuerdo su nombre, en realidad no sé si alguna vez lo supe. Pero recuerdo claramente que así tempranito como llegaba, caminaba directamente hacia la UTI (unidad de terapia intensiva) neonatal.

Lavaba sus manos, se ponía la bata esterilizada y caminaba de manera calma y silenciosa hasta a la incubadora de su bebé. Era un bebé muy chiquito, había nacido prematuro y no sabía muy bien cuanto tiempo estaría allí. La visualizo morena, con el pelo atado, y esos ojos cansados que al acercarse a su hijo se iluminaban. Tocaba al bebé por las aberturas de la incubadora, le hablaba. De a ratitos lo podía alzar, poquito tiempo. Le hablaba de forma serena. Le cantaba. Lo acariciaba. Cuando el bebé se dormía ella salía de la UTI, le pedía a la enfermera que le avise si se despertaba.
Caminaba tan serenamente como al llegar por la mañana y se sentaba en el hall de espera en el segundo piso a esperar. Leía alguna revista, sacaba algún tejido del bolso, tomaba un cafecito de máquina. De a ratos caminaba.
Nunca dejaba su puesto de espera y nunca vi a nadie acompañarla. Al mediodía sacaba una vianda, comía poco. Y de tarde volvía a entrar y a repetir la rutina con su bebé. Se quedaba en el hospital hasta la noche, tarde. En una ceremonia seguida a la perfección casi sin sobresaltos, más que los latidos acelerados del corazón de su hijo cuando ella se acercaba a verlo.
No hablaba con nadie. Nadie se acercaba mas que para los informes médicos regulares. En un momento en que nos hicieron salir a todas las mamás que teníamos a nuestros hijos en terapia, alcanzó a decirme que vivía muy lejos, que no podía ir y venir todo el día, que se iba lo mas tarde posible. No cruzamos mas palabras. Cuando me fui con el alta de mi hija, allí estaba ella, sentada junto a su bebé cantando.

domingo, 13 de julio de 2008

Voces internas


Respirá hondo y seguí.
Vamos, no te caigas. No llores ahora.
Fuerza. Mucha fuerza.
Despejá un poco tu cabeza, mirá para adelante y fuerza.
Volvé a respirar hondo que ayuda. Te va a hacer bien. Llorar toda la vida no vas a poder. Entonces es mejor que te olvides y pienses en otra cosa.
Si ni siquiera sabes bien que te pasa, dejate de tonterías.
Mirá a Mara, tu vecina, ella está espléndida. Mirala bien. ¿No te sale ser como ella? La debe pasar genial. Una vida casi perfecta, de revista. Su bebé es casi como el tuyo, ella se arregla, sale de la casa. Y vos....Mirate vos.
A ver, ¿cómo va a sobrevivir tu hijo con una madre tan inútil? Vos tenes que estar alegre para él, pobrecito.
Sos una desagradecida con la vida, tenés un hijo sano, con buen peso, nació por un parto rápido, tu marido te acompañó, mucho más de lo que otras mujeres tienen o pueden siquiera imaginar.
Ya sé, estás deprimida. Claro, es eso. Eso no es bueno. Es una enfermedad, entonces estas enferma. Y es por eso que no podés darle la teta como todas las madres en el universo. ¡Qué inútil!
Debes ser la peor mamá de todas.
Vamos de nuevo: Respirá hondo y seguí.
Seamos mas amigas de nuestros puerperios. De sus vaivenes emocionales, de sus tristezas sin nombre, de sus deseos de ir hacia adentro. Seamos mas permisivas con nosotras mismas, con las otras mujeres. Respetemos nuestro modo de ser y estar puérperas. Acallemos esas voces que tanto nos dañan.

jueves, 10 de julio de 2008

Dolores que pasan




¿Viste que un día el dolor iba a pasar?
Sé que sentiste que nada podría consolarte. Que la naturaleza no estaba siendo muy generosa con vos. Era casi incomprensible que tu propio cuerpo pudiera dañar algo que deseabas tanto, algo tan querido. Y si, es casi incomprensible.
Sentiste vacío.
Sentiste bronca. Tristeza. Te culpaste. Recorriste con tu mente cada cosa que tomaste, comiste, oliste, tocaste. Te enojaste. Mucho. ¡Qué injusticia!. Tres meses de ilusiones devorados en un sólo instante. Tanta preparación, tanto cuidado. ¡Ay, qué ganas de llorar!. Y encima todos te preguntaron qué pasó, si venía todo perfecto. No tenías ganas de explicar, de comer, de salir, de trabajar, de reír. No tenías ganas.
Deseabas de forma desesperada que el embarazo hubiera seguido adelante, ansiaste más. ¡Qué poco que duró! pero a la vez fue mucho, lo suficiente para imaginarte la panza grande, y el bebé, sobretodo el bebé. ¿Por qué insistían todos en buscar palabras de consuelo que sólo lograban angustiarte y recordarte lo que había pasado?.
Tuvimos una charla por teléfono. Lloramos las dos. Te conté que te entendía, que había pasado por algo parecido. Compartimos esas cosas que se sienten, que se comparten mejor desde la vivencia. Conectarse con el dolor, con la pérdida, es como el primer escalón de la salida.

Los días fueron pasando, y fuiste subiendo mas escalones de a poco. El miedo te tomaba por sorpresa cada vez que la tentación de pensar en otro embarazo se escurría entre tus pensamientos. Calma. Mucha calma. Si no, no ibas a poder. Decisión, deseo inmenso. Tratamiento médico, un poco largo para tu ansiedad. Necesario para prevenir. Y tu marido siempre a tu lado. Por momentos te olvidabas que él también perdió algo. Es que tu cuerpo fue el protagonista de este cuento.
Y un día llegó el permiso que esperaron por largos meses. Otra vez el miedo. ¡Que ilusión!
De nuevo el miedo, pero qué alegría, más miedo, inevitable.

Hoy entre tus brazos duerme tu bebito recién nacido.
¿Viste que un día el dolor iba a pasar?
Llegaste al último escalón. Disfrutalo, descansá, degustá cada segundo de esta inmensidad de ser mamá.
Tomá fuerza, que hay mucho más para andar.

Para Carla, con todo mi cariño. Ella sabe.

martes, 8 de julio de 2008

Películas




Me ronda en la cabeza una tarde. Una de sol en mi casa de Ituzaingó en la provincia de Buenos Aires.
Me caracterizan los aires nostálgicos, recordar épocas pasadas al modo cinematográfico, casi en cámara lenta y con sonidos lejanos. Y es así como esa tarde se me aparece. Me transporta por unos instantes a las vacaciones de verano, mucho calor y nosotros sentados en el piso de la galería. Nosotros éramos mi amiga Marisa, su hermano Gustavo y yo. El aburrimiento tedioso de las vacaciones, 30 grados inmovilizantes a las tres de la tarde debajo del techo caliente. Sin embargo no claudicábamos en nuestros esfuerzos sobrehumanos para decidir a que podíamos jugar. Con ellos recorríamos el barrio buscando aventuras y Marisa y yo esquivábamos a Gustavo cuando su instinto de molestarnos lo superaba.
Y detrás de esa escena, comienzan a filtrarse otras en esa casa, con un jardín enorme, la calle de tierra, la zanja atravesando toda la cuadra y oficiando de hogar de miles de renacuajos que jugábamos a pescar. Y como pasa con todo recuerdo, la asociación se dispara y veo la figura de mi mamá recorriendo, en el jardín, un largo camino hasta el portón de calle para recibir a su amiga Susana que llegaba siempre con una puteada en la boca o frases al estilo de: "¿cómo andan mis yeguitas?" (las yeguitas éramos mi hermana y yo). Y pensar en ella me lleva directo a sus hijos Darío y Sergio, fieles amigos de aventuras en bicicleta, trepadas extremas a los árboles de toda la calle Ombú, guerritas de ciruelas maduras, escapes fugaces de las clases de inglés, improvisación de obras de teatro, patines, fútbol, pileta volley.....
Casi podría decir que, mientras los recuerdos me asaltan y las palabras se escriben, las imágenes ya son en blanco y negro. Y entonces veo a mi papá llegar a casa en un Renault 12 blanco siempre con alguna sorpresita en el bolsillo y dispuesto a sacarse el traje para jugar en el pasto, el día que lo persiguieron las avispas porque cortó un panal del ligustro, caminatas hasta la estación. Viene otra vez mi mamá a mi mente, mientras esperaba conmigo en la esquina que pasara el micro naranja que me llevaba a la escuela. Elena, la mamá de Marisa que me miraba desde su casa a ver si llegaba bien a la mía.....Y podría seguir horas enlazando momentos, vivencias, imágenes .....
En septiembre del año pasado viajé a Buenos Aires, Marisa me esperaba, mi gran amiga que a través de los años y en contra de la distancia sigue estando y caminamos juntas desde muchos lugares. Susana murió hace mucho, poco después que nosotros vinimos a vivir a Córdoba. Encontré un abrazo cariñoso de Elena como siempre.
Caminé hasta "mi" casa. Parece que el jardín no era tan grande, el camino hacia el portón no era tan largo. La calle es de asfalto, sin zanjas y sin renacuajos. Y algo más: los micros naranjas ya no existen.
Me quedé unos segundos mirando, y la niña que me habita me pidió volver a mirar el guión original de esta película.
Mi mamá y mi papá me siguen acompañando, las sorpresitas ahora son para mis hijos y eso me encanta. Ellos están siendo los directores de su propia película. Con ese guión inigualable que una infancia con sensaciones lindas asegura.
Los recuerdos de la infancia son tesoros enormes para todo ser humano. Los registros desde los ojos de los niños, los tamaños de las cosas y los otros. Las sensaciones. Todo cuenta a la hora de saber quienes somos a través de nuestra historia. Regalemos a nuestros hijos todos los escenarios posibles para que su película les salga hermosa y les ayude a reconocerse cada vez que la miren. ¿Qué les parece?

domingo, 6 de julio de 2008

Con ella NO



No crean por un sólo segundo que ella los va a perdonar.
Se cansó de escucharlos.
Ni siquiera piensen que será víctima de ese modo enfermo de "querer" que ustedes tienen y con el que pretenden que convivan sus hijas.
Fueron muchos los años de sufrimiento. La dañaron, la asustaron, la abandonaron.
Somos muchos los que queremos protegerla. Nos tiene a nosotros y no van a poder.
Ni se imaginen que el tiempo va a hacer que ella se olvide. Esas cosas no se olvidan. Son huellas eternas del horrible transitar por la maternidad y paternidad de algunas personas.
No podemos pensar en ustedes ahora. Suponemos que algo les habrá pasado, algo terrible para que hicieran eso, pero nosotros la protegemos a ella. Encuentren ustedes su propio camino.
No se les vaya a ocurrir seguir filtrandose en sus sueños transformándolos en pesadillas. Es en serio. Basta.
Durante muchos años estuvo sola, en manos de ustedes, sintiendo que sus noches eran interminables pasillos de un infierno, que en cuotas dolorosas la terminarían consumiendo hasta matarla. Pero ella es tan especial que encontró puertas escondidas en ese abismo y pudo salir. Y nosotros la estábamos esperando.
Ella nos envolvió con su luz, esa que ustedes no vieron, porque estuvieron ocupados en lastimarla impunemente.
Ella fue transformando esa tormentosa niñez rodeada de golpes y abusos, en recursos mágicos para recrear su historia, para renacer, reinventarse. Pudo formar una familia sin todas esas sombras que asfixian a cualquier niño que las tenga como compañeras.
Mejor se olvidan de ella, de intentar convencerla de que ya todo pasó, de que esas son cosas que pasan y de que no es tan grave.
Y listo, no tenemos más nada que decirles.
Lamentablemente muchos niños son víctimas de abusos y maltratos de toda índole. Quienes trabajamos en el área de las ciencias humanas nos encontramos con esta dura realidad de manera constante. Tener en cuenta que quien ha sufrido abuso sexual o de cualquier tipo vive con la sensación permanente de peligro, de acecho, de miedo ayuda a entender un poco este relato. Porque siempre esperaron que alguien los rescatara del infierno que les tocó vivir. Rescatarlos de quienes en realidad debieron protegerlos, cuidarlos. Nuestro compromiso desde la salud es sostener con respeto de los tiempos y de las posibilidades de cada uno para resignificar la historia. No ser intrusivos, contener, comprender, acompañar.
Muchas veces, en estos años me ha tocado acompañar a mujeres que de niñas habían atravesado situaciones de abuso y en quienes su propia maternidad hace un jaque. Se reactualizan muchas situaciones del círculo violento. Sobretodo se hace carne en ellas la falta de mirada materna que las rescate, si no es que muchas veces propicia el abuso. Para pensar y estar atentos.

El puerto


Otra vez Galeano y uno de esos relatos. Que lo disfruten:

"El puerto"
"La abuela Raquel estaba ciega cuando murió. Pero tiempo después, en el sueño de Helena, la abuela veía.
En el sueño, la abuela no tenía un montón de años, ni era un puñado de huesitos: ella era una niña de cuatro años que estaba culminando la travesía de la mar desde la remota Besarabia, una emigrante entre muchos emigrantes.
En la cubierta del barco, la abuela pedía a Helena que la alzara, porque el barco estaba llegando y ella quería ver el puerto de Buenos Aires.
Y así, en el sueño, alzada en brazos de su nieta, la abuela ciega veía el puerto del país desconocido donde iba a vivir toda su vida."

sábado, 5 de julio de 2008

La Abu Gladys

Cuando era chica había algo que disfrutaba más que nada en este mundo: ir a Uruguay a visitar a mi abuela o que ella cruzara el charco para visitarnos a nosotros.

Gran contadora de historias, de terror, princesas, piratas, países lejanos, historias. Introducía con sus palabras un montón de imágenes, sensaciones y curiosidades que nadie podía igualar.
No había antojo que yo sintiera que mi abuela no fuera capaz de escuchar y cumplir casi de inmediato. Con ella descubrí la magia desbordante de mirar las estrellas en el silencio del barrio de Malvin donde vivía.

Nos sentábamos solas en el jardín en las noches calientes del verano a mirar el cielo, hablando bajito como si el sonido de nuestras voces fuera capaz de desarmar con su vibrar las constelaciones que íbamos descubriendo.

No dudaba en desordenar su cama en un divertido intercambio de cosquillas y carcajadas.
Tenía el exacto sentido de la oportunidad como para preparar unas tortafritas calientes en medio de las tormentas de verano y una buena taza de leche con miel durante las de invierno.
Mi abuela me hizo amar el mar, aprender sus secretos, disfrutar sus sonidos.
Mi abuela me regaló sabores, el dulce de tomate, el pan casero, las tortas de chocolate....
Agradezco a la vida, que ella haya sido eso y mucho más. Agradezco su estar, su contar, su mirar.

Hoy es una bisabuela orgullosa y enamorada de mis hijos. Con sus 82 años y una salud que atenta contra sus impulsos audaces, termina convenciendo al más obsesivo de los médicos y consigue tozudamente el permiso para visitarnos.

Si no lo hiciera, no sería realmente ella.
Gracias Abu.


Todo niño que cuente con unos buenos abuelos cariñosos y dispuestos, ¡que lo disfrute! que es un tesoro para toda la vida.

Luisina. Mi hija






"Para Luisina, mezcla de princesa y hadita que va desparramando sonidos, música y colores por todo nuestro hogar"
Llegaste el 20 de enero del 2000 a las cinco de la tarde. Con una decisión absoluta, irrumpiendo en la sala de preparto y dejando a la obstetra con los guantes a medio poner. ¡Qué hermosa sensación de alivio, alegría, euforia! Eras muy chiquitita. Nuestra segunda bebé.
Tomaste la teta enseguida y nos fuimos juntas a la habitación.
Ahí comenzó una carrera desesperante para mi. Sentí que "algo" no andaba bien. Le pregunté a tu papá, a tu abuela a la enfermera, al pediatra, si no te veían algo raro. Nada. "será el calor", "está cansada del parto", "todos los bebitos revolean un poquito los ojos". Y la pregunta fatal de la enfermera ¿sos primeriza? que equivale a "¿sos estúpida o exagerada con una dosis de inexperiencia como para ver fantasmas donde no los hay?". Te miré una y otra vez, no sé explicarte claramente lo que yo veía, no sé si se notaba objetivamente o no. Pasaron algunas horas. De madrugada te faltó un poco el aire, me asusté, te llevaron a la nurse y te aspiraron un poco: "no es nada, mucosidades normales después del parto". Horas interminables de sentir que algo te iba a pasar y nadie me escuchaba. Mucha angustia. Impotencia.
Ocho de la mañana. Sin probar una gota de leche desde las cuatro: una espumita blanca salía por tu boca, el color de tu cara era extraño, los ojos hacia atrás. La enfermera con las reacciones anestesiadas. Te envolví en una manta y corrí por el pasillo hasta la terapia intensiva neonatal, parecía no llegar nunca. Una vez ahí te saqué la ropa y exigí: "no me la devuelven hasta que no vean que le pasa" y me fui con tu ropa para no dejarlos reaccionar, fue lo que me salió.
Cuando volví, ya no me dejaron entrar. Un médico salía, el otro entraba, corridas, movimientos y un devastador "ya le vamos a explicar". Al ratito vinieron tres médicos a decirme que habías convulsionado por cuatro minutos. Un dolor agudo en el pecho y en la boca del estómago. Una angustia de esas que desesperan y disparan sensaciones horribles de miedo y de dolor.

Quedaste muy cansada después de semejante episodio, te fui a ver a la incubadora y estabas blandita, sin moverte, llena de cables y monitoreos. Pasaron unas horas más hasta que reaccionaste, de a poco a mis palabras y a las de papá. Te cantaba, te tocaba, te pedía por favor que fueras fuerte. Quería mitigar la soledad y el frió interno que sabía que estar en esa cajita transparente te hacía sentir.
Análisis, ecografías, resonancia. Nada. "Hay que esperar". De a ratos estabas mas despierta, alerta, tomabas la teta entre las maniobras torpes que yo hacía con mis manos por los cables que se cruzaban por todo tu cuerpito. Pero la segunda noche de terapia intensiva pasaron cosas. No quisiste comer más. Ni las palabras, ni las canciones, ni hacerte upa ayudaba. "La vamos a tener que volver a canalizar". No sé cuanto tiempo estuve pegada a la incubadora. Sentía que volver a canalizarte era un paso atrás, sentí terror de perderte. Mi cuerpo cansado después del parto y tantas horas de maratón emocional y física dijo basta, me caía. Fui a la habitación con tu papá. Me acosté y lloré. Mucho. Mucho, con todos los llantos que se puede llorar. Y te pedí una señal, algo que me dijera que estabas bien. Te pedí fuerza, te pedí por favor. Sonó el teléfono. Era la pediatra de guardia: "vení corriendo que Luisina llora desesperadamente, tiene hambre, despertó". Corrí como loca por el mismo pasillo que te había llevado a la neo hacía dos días.
Llorabas a gritos, con una fuerza tormentosa, explosiva. Tomaste la teta con la misma decisión absoluta que irrumpiste en esta vida el 20 de enero a las cinco de la tarde.
No sé que pasó esa noche. Siento que de alguna manera que no es clara para mí, me escuchaste y saliste de ese sopor indescifrable en el que estabas.

Nunca supimos que fue. No volviste a convulsionar nunca mas. A los dos días salimos del hospital y seguimos con nuestras vidas. Eso si, ya no éramos los mismos.

Desde chiquita Luisina escuchó este relato. Al escucharlo cerca de los dos años, le brotaban lágrimas de sus ojitos y me decía: pero ya estoy bien, vos me cuidaste. Ahora, con ocho años, lo cuenta como una anécdota sin ninguna carga de angustia. Más adelante veremos como fluye en su vida. Creo que escuchar la verdad, saber de este momento tan traumático de su vida, abrió un camino para que elabore todo sanamente.
Realmente nunca se encontró el motivo de las convulsiones. Y yo nunca encontré el motivo para que nadie me escuchara cuando quise prevenirlo. (para retomar mas adelante ¿no?)

miércoles, 2 de julio de 2008

¿Y Milagros?


Grupo de embarazadas. Pre-parto.
Mónica llegó tarde, cargada de bolsas y con una inmensa panza de ocho meses. Agitada, los ojos entre perdidos, angustiados y en búsqueda de ayuda. El resto de las chicas la miraban acomodar todas las bolsas de ropa de bebé que se le caían. Estaba nerviosa. Había provocado un torbellino en escasos cinco minutos. Cuando logró sentarse en una silla sin soltar del todo las bolsas, pudo decir, respirando de manera entrecortada "me quiero morir, me cambiaron el sexo del bebé".

Mónica fue una mamá muy conectada con el embarazo desde el principio. A pesar de ser de una provincia vecina, tener lejos a su familia y no haber terminado la carrera, ella y su pareja recibieron el embarazo un poco sorprendidos, pero muy felices. Cuando en una ecografía supieron que venía una niñita, le pusieron Milagros. Mónica le hablaba mucho, tocaba la panza casi todo el tiempo, la imaginaba, compraba cositas de nena muy delicadas, suavecitas así como son las cosas de nenas. La nombraba todo el tiempo: "cuando Milagros nazca.... Milagros se mueve como loca....A Milagros le gusta que le canten....." .

Lo cierto es que aquella mañana, la paz que envolvía habitualmente a este binomio Mónica-Milagros, se había esfumado y la angustia podía olerse, sentirse, tocarse.
Cuando Mónica pudo escucharme, sentarse en la colchoneta junto a las otras mamás y respirar mas tranquila, nos fue contando que "era todo un desastre, que muchas cosas las podía cambiar, pero otras no, que el moises era todo rosa y que los chupetes, y que.......". Pará. Le pude decir en un descancito que hizo para tomar aire. "¿Qué te angustia realmente?". "Milagros. Me da pena por ella. Ya no está. Y este bebé que no tiene nombre, que le estuve diciendo Milagros. Pobrecito". Lloró mucho. La acompañamos y la dejamos llorar. Lagrimeaban las otras chicas, y yo la abracé. Fuimos hablando y entendiendo que no importaba si el bebé era Milagros o Facundo, era ese bebé que le despertó sensaciones fuertes, amor.
Mónica fue entendiendo que el bebé no entiende de nombres y de géneros, entiende de sus caricias, sus canciones, su felicidad, el placer de prepararse para recibirlo. La cuchita que fue armando con su pareja para él. Hicimos una despedida de la imágen de Milagros que Mónica había generado para darle paso a la nueva imágen de un hijito varón. Se relajó y casi se duerme entre los almohadones. A las tres semanas nació Facundo, por parto normal. Y la historia continuó.

Cuando esto pasó fue muy fuerte, porque la angustia de Monica era muy grande. Me hizo y me hace pensar mucho en estas imágenes que vamos generando cuando estamos embarazadas, el contacto con el bebé. El lugar que va tomando para nosotras, en la pareja y en la familia. Amarlo, recibirlo, pensarlo, armarle espacio... Eso le hará sentir lo especial de su llegada, la seguridad de estar con nosotras. Es cierto que el hecho que el bebé sea varón o mujer, va a despertar diferentes cuestiones en nosotras en materia de identificaciones, realizaciones, etc. Pero en este caso, el foco estaba puesto en una especie de duelo que Mónica tuvo que realizar del bebé fantaseado, para encontrarse con el real.

Los dos volvieron a trabajar talleres de crianza, y ella recordaba esa mañana con risas, mientras disfrutaba de su bebé.



lunes, 30 de junio de 2008

Casita de cuentos


Ella se cansa.
Ella trabaja. Mucho. Pero trabaja en lo que le gusta, lo disfruta.
Ella soñó alguna vez con la casita de cuentos donde sería una mamá amorosa, con un papá amoroso y un hijo...también amoroso. O más de un hijo.
Ella es una mamá amorosa. Su hijo también es amoroso.
Ella entendió, con esfuerzo, que el papá amoroso no pudo ser. Al menos en la casita.
Lloró. Mucho.
Ella transitó un largo camino, se sintió sola, lo culpó, se culpó, intentó muchos y variados llamados de atención, algunos coloridos y otros no tanto. Se resistía a abandonar su sueño.
Fue su hijo, aún bebé quien la fue sacando de ese lugar. Y ella se dejó sacar. A ver, como explicarlo, encontró frente a ella un bebé real, pidiendo lo que todo bebé pide. Y una pareja pidiendo también lo que todo bebé pide. Y la elección no le costó. O si, pero eligió.

Ella practicó una especie de zambullida desesperada en sus recursos para sostener, calmar, abrigar y complacer a su hijo. Nadie la sostenía. Pero ella pudo. Con esfuerzo.
Por amor. A su hijo y a la parte del sueño que podía rescatar.
Ella se fue. Con el bebé. La pasan bien. Se quieren. Se ríen. Cantan. Se enojan.
El papá, es un papá amoroso con su hijo. Sin la casita.
Lo que mas admiran en ella, es que ya no lo culpa.
Ella entiende que juntos no les salía. El todavía la culpa a ella. Sigue sin ver.
Ella aveces se siente sola, y vuelve a soñar con la casita de cuentos deseando que la zambullida haya dejado gotitas que la guíen por otro camino sin repetirse.

Ella va a poder. Está intentando.
Todos tenemos nuestra casita de cuentos. Cada uno le pone sus condimentos a esta fantasía, pero soñamos, deseamos y anhelamos. En ocasiones, el sueño no se realiza y se transforma. He acompañado a algunas mujeres que siento reflejadas en Ella. En cada una yo admiré la zambullida en los recursos mas primarios escondidos y el rescate que eso les produjo.
Me han hecho pensar en los caminos diferentes que la maternidad y paternidad le impone a nuestras vidas. Cómo en ocasiones puede enfrentarnos con rupturas, porque nos muestra ese lugar de quiebres con el otro y con lo que creímos tener.
No siempre un hijo une. No cuando el proyecto común está ausente, cuando las miradas no se comparten o cuando vimos en el otro lo que queríamos y no lo que había. Todavía escucho en algunas consultas esa frase "pensamos que un hijo nos iba a unir", en vez de estar unidos para tener un hijo. En muchas consultas. Siempre me deja pensando. ¡Cuanta tarea para ese hijo! ¿no?

domingo, 29 de junio de 2008

Mi amiga Vero


Desde el día que se fue, me cuesta escribirla.

Se mezclan una especie de tristeza con la incertidumbre de saber si tengo el derecho de hacerlo.Mañana se cumplirán once meses. La extraño. Me duele su forma de partir.

Finalmente son la tristeza, el dolor y la incertidumbre, los que me abren el paso para dejar salir las palabras, atragantadas en este tiempo.
Que misterioso el destino, ¿el destino?. No sé, quizás se trate de la forma en que uno decodifica los hechos que lo rodean, enlazando momentos, imágenes, vivencias y le pone un hermoso moño que llamamos destino. Y cerramos.

En este caso, el "destino" nos reunió en una cruzada de momentos cotidianos casi desbordantes para muchas madres. Nos elegimos de algún modo. En el patio de la escuela de los chicos que cursaban juntos tercer grado. Su nombre también era Verónica.
No fuimos grandes amigas, fuimos parte de esa red increíble de sostenes femeninos que en la jerga de las madres se llama pull, traducido al resto del mundo: una lleva la otra trae, si una no llega a tiempo a la salida de la escuela la otra retira sus chicos y los tiene hasta que sea necesario, hoy comen todos en casa y mañana te los llevas a la tuya, dejá que yo voy a la librería y compro para los dos....se entiende ¿no?.

No fuimos grandes amigas, pero entre un pull y otro nos fuimos contando cosas, compartiendo experiencias, escuchandonos.
Ella me decía "que hacés Verito" y para mi era un sonido cómplice de todas esas "gambas" que nos hacíamos.
La última tarde que compartimos, Vero se sentó frente a mí con su panza de cinco meses y medio de embarazo, el mate, la yerba y aguita caliente. Tomé sus mates dulces aunque me gustan amargos, y casi no lo sentí. Hablamos mucho, mucho. ¡Al fin una charla sin los chicos que nos apuren o nos griten desde el auto en marcha!. Hablamos de nuestros hijos, de la bebita que venía en camino, pensábamos como organizarnos los primeros meses sin que ella se moviera mucho. Y de otras cosas, que quiero guardar para mí. Nos hizo bien. Nos despedimos con un abrazo y un beso y yo me fui a buscar a nuestras hijas que estaban practicando hokey.
¡Qué ganas de que el resto no hubiera pasado! Ojalá fuera una pesadilla, una película o algo distinto a la realidad que es.

El lunes siguiente, el corazón de Vero dejó de latir. Así, de repente. Después de traer a casa a mis hijos Luisina y Ezequiel. Cuando el martes a la salida de la escuela otra mamá intentaba decirme lo que había pasado, yo se lo negaba, le repetía "estas equivocada, ella me llevó los chicos a casa" como una loca, no queriendo escuchar la verdad de sus palabras, tan duras, incomprensibles, dolorosas. Su beba se fue también.
No recuerdo como se lo dije a los chicos cuando salieron. Llamé a Kike que corrió a encontrarnos. Eze quería estar con su amigo. Y yo sólo pensaba en ella. Le preguntaba en mi cabeza ¿qué te pasó? ¿qué te pasó?.
Los meses que siguieron fueron raros.
Algunas mamás se ofrecían a llevar a los chicos en los horarios en que lo hacía ella y yo sentía enojo, me encaprichaba pensando "quiero que los lleve Vero".
Su hijo vino a casa mucho mas seguido que antes y juntos la fuimos trayendo con palabras, imágenes y recuerdos. Lloramos y nos reímos con anécdotas graciosas.

Mi tristeza se fue transformando, cambió de lugar, de intensidad. Pasó por lugares muy diversos. Me llegué a plantear muchas cosas que tienen que ver con el tiempo compartido con los chicos, el ritmo de vida que llevamos, las cosas importantes y las que no lo son tanto y que a veces nos demandan demasiado tiempo y energía.
Tengo que confesar que el sufrimiento de sus hijos es mi punto débil. Tan chiquitos, perdiendo a su mamá embarazada. Pensé en mis hijos, en nuestra familia....
Hoy, a casi un año, llevo muchas charlas conmigo misma y con ella a través del recuerdo de palabras que fuimos cruzando, entrelazando y escuchando. La voy entendiendo más cada día. Quiero tenerla conmigo desde ahí, desde los encuentros, lo compartido, lo que nos unió.

No sé si está bien o mal. Es lo que puedo. Por ahora.

viernes, 30 de mayo de 2008

Descubriendo


Caminó descalza por el pasillo, intentando hacer el menor ruido posible. Mientras caminaba por esa especie de túnel en el que convergían todas las habitaciones de la casa, recordó a su madre. La pensó.
En segundos imaginó ese mismo recorrido transitado por aquella mujer que en sus recuerdos era hermosa, cariñosa, dulce, comprensiva. La capturó en esas imágenes borrosas que de vez en cuando irrumpían en su cabeza sin poder ella controlarlas. Aunque no siempre quería tener el don de hacerlo, prefería silenciosamente dejar que su madre regresara, aunque fuera de esa manera.

Siguió su recorrido y llegó a la habitación de Felipe. Entró muy despacito. Lo vio abrigadito en su cuna, y pensó: "tiene 7 meses y no puedo dejar de mirarlo". Se agachó suavemente al costado de la cuna, acercó su rostro a Felipe y sintió su olorcito, dejó que el calor que ese pequeño cuerpito generaba la envolviera. Agudizó sus oídos para captar los sonidos casi imperceptibles que su bebé hacía al dormir y su respiración melódica.
Algunas amigas le decían que era muy "pegota"con el bebé, pero ella había aprendido a decir a todo que si, y hacer un ejercicio de filtro permanente de lo que otros pensaban, decían y hacían con esto de ser madre. Y fue encontrando con Felipe su manera de hacerlo.
Siguió mirando un ratito a su hijo, y volvió a recordar a su madre.
¡Partió tan temprano para ella! Su papá se casó con una mujer cariñosa, buena y a quien ella sintió, a traves de los años, como una mamá.
Pero desde el embarazo de Felipe, la imagen de aquella, "su" mamá, a la que tuvo que dejar ir a sus diez años volvía de manera recurrente. Odiaba hasta las lágrimas no tener registros mas claros de ella misma siendo hija de su madre. Anheló relatos, historias algo que la acercara a su propio pasado. Victoria lloró. En silencio......
Lo hacía demasiado seguido para sus permisos habituales de llanto semanal. Ella, que todo lo había superado, que la vida la golpeó, pero también la compensó. Ella, que encontró en su camino a una mamá del corazón que la ama y la acompaña. Ella no llora con frecuencia.

Felipe se movió. Dio algunas vueltas en su cuna, se quejó, corrió las sábanas y la manta. Victoria se levantó del piso lentamente. Lo tapó, le hizo una caricia en su cachete calentito y rosado. Y en ese segundo, volvió a capturar a su madre. La sintió. Supo que había un registro más allá. La invadió la certeza de que siendo mamá, encontraba a su mamá perdida. Entendió que no podía ser sin razón este recorrido nocturno, esta mirada, este saber cuidar intuitivamente a Felipe, la conexión que había entre ellos desde la gestación. Descubrió en un instante que aquella mamá que ella no recordaba, estaba en su interior. Que sus vivencias como hija, guiaban sus pasos como madre. Que no necesitaba relatos, sino escuchar sus voces internas.

Volvió por el pasillo a su habitación. Juan dormía. No la escuchó.
Victoria había encontrado lo que estaba buscando desde el día que supo que sería mamá.
Es una sensación rara la de iniciar este blog. Me salió hacerlo con este relato, que fui armando en mi cabeza pensando en algunas historias de las que participé desde lo terapéutico. En este encuentro de nuestra madre interior, nuestro ser hijas nuestro ser madres.... ¡Cuantas cosas nos despierta nuestra maternidad!, sensaciones, olores, miedos, certezas..... mucho más. Quiero ir descubriendo a medida que salga.
Están todos invitados.