
Cinco días.
Eran los que faltaban para el momento de la cesárea programada.
Largos. Muy largos. Pero, poco tiempo en realidad.
Ella llegó buscando una mirada, un permiso, alguien que la acompañara y pusiera cierto orden en tanto dolor.
La acompañaba su marido. Quebrado hasta las lágrimas.
Rara, poderosa e imprevisible, la naturaleza les jugó una mala pasada. El corazón de su bebita no podría latir por mucho tiempo una vez que dejara la panza de su mamá.
En esos últimos días todos habían opinado: que no le contaran nada a sus hermanitos, que no la vieran para no "encariñarse", que mandaran a los chicos a casa de unos familiares en otras provincias....
No les voy a ocultar que por más psicología que uno estudie estas cosas le mueven el centro mismo de su cuerpo. Bueno, al menos a mí. Y no me da vergüenza.
Pensaba muchas cosas mientras ellos me contaban un poco la historia de los diagnósticos, los cambios de médicos y la fecha de la cesárea. Sobretodo ayudarlos a encontrar su manera particular de transitar ese momento, bucear un poquito en la historia de cada uno y de la pareja para captarlos. Frente a estas cosas el camino que se elija transitar será definitivo para el duelo que se habrá de elaborar. Duelo de los mas difíciles. Perder un hijo. Una hija en este caso.
Largas horas en el consultorio ese día y el día siguiente. Una mezcla, un torbellino de emociones, de sensaciones, de palabras.
Caminamos juntos esos dos días en lo cuales estos papás pudieron esclarecer la manera de conectar a sus dos hijos con lo que estaba pasando, con palabras claras, sinceras.
Pudieron encontrar que deseaban estar con su hija hasta el último momento. Ella quería darle la teta, hacerla sentir todo ese amor, darle el derecho y el privilegio del contacto con su mamá, y tomar ella misma todo lo que pudiera de los días que compartiera con la beba.
Fui al hospital. Los encontré a los cinco en la habitación. Sus hermanitos la abrazaban, la besaban, hablaban con ella. El papá los invitó a salir con él un rato.
La mamá la amamantaba. Se miraban.
Con una intensidad absoluta. Sabiendo que cada minuto era único, irrepetible y necesario.
La beba se fue rodeada de sus papás. En brazos de su mamá, con ropita de sus hermanos.
Con las voces de los que mas la amaban a su alrededor. Con canciones de su mamá.
Con palabras de amor, con brazos, con mimos.....
Al pasar el tiempo, la mamá pudo entender lo importante de esos dias compartidos con su hija. Saber que estuvo ahí para recibirla, para darle todo lo que podía la dejaba tranquila. En paz con ella misma. Acompañarla en su partida fue el camino de entrada a un duelo doloroso, triste, pero sano. Con una íntima y real conexión con todo lo que le había pasado.
También pasan estas cosas. Por eso elegí contarlo.
La maternidad muchas veces nos regala experiencias con mucha luz y alegrías inmensas y a veces se transita por caminos distintos. Cuanto mas apropiados estemos de esos caminos, mas liviano es el peso.
Hay muchas historias como esta. El abordaje desde lo terapéutico de estas situaciones debe ser muy respetuoso de las creencias, las necesidades y las decisiones de los protagonistas. Acompañar, sostener, esclarecer, todo con respeto, cuidado y seguridad.